Un océano entre nosotros

La historia de Donald Crowhurst ofrece un atractivo innegable para cualquier dramaturgo y es extraño, de hecho, que se haya tardado tanto en llevar al cine. Los sucesos que tuvieron lugar entre 1968 y 1969 suponen un interesante conglomerado de acción, aventura, oleaje, noticias intermitentes, crisis familiar, bombazos periodísticos, amor incondicional y un final amargo y misterioso. Un conjunto de elementos que quien se atrevió con la biografía de Stephen Hawkins en La teoría del todo no podía dejar escapar.

James Marsh acepta el reto y, de la mano del emblemático Colin Firth, intenta acercarse al personaje de Crowhurst, de quien muy poco se sabe y menos aún nos va a aclarar el guion de Scott Z. Burns. Su descripción del protagonista es por fuerza muy vaga y el intentar paliar lo desconocido mediante lo complejo o atribulado no hace sino distanciar al espectador del aventurero, de quien no sabemos ni su motivación, ni los resortes que le empujan a la imprudencia y, lo que es peor, conforme avanza el film nos va importando cada vez menos.

Es cierto que Marsh y Burns se esfuerzan por dinamizar un relato que pudiese resultar aburrido y reiterativo al tratarse de un viaje en solitario por el mar. Para evitar el tedio intercalan constantemente escenas de la familia, el pueblo, los periodistas que hacen el seguimiento, además de saltos en el tiempo. Sin embargo, al carecer de una idea y de un proyecto claro este montaje solo produce más reiteración y más aburrimiento.

Firma: Esther Rodríguez