Un nuevo mundo

El realizador francés Stéphane Brizé continúa en la senda de sus últimas producciones ofreciendo un cine de temática social, inserto en la realidad y con la fuerza de un elenco de primera línea.

En Un nuevo mundo, afirmo rotundamente que se supera fusionando con una sutileza y una potencia sabiamente combinadas, lo personal y lo profesional, lo íntimo y lo social, la ilusión y el hartazgo. Es cierto que, aparte de un gran guion escrito entre Olivier Gorce y el propio Brizé, el éxito de esta propuesta va de la mano de la soberbia y contenida interpretación de Vincent Lindon. Sus poses, la articulación de su dicción y el entorno alfombrado por su realizador y elevado por la música de Camille Rocailleux, consiguen que el espectador se sienta inmerso en las turbulencias intelectuales y pasionales del protagonista.

El largometraje, por necesidad, tiene un ritmo lento y pausado. No obstante, su poco más de hora y media se pasa sin darnos cuenta cautivados por una historia de la que es muy difícil sentirse ajenos. Asistimos a los momentos de reflexión con una plasticidad tal que nos parece escuchar los pensamientos del personaje principal merced a cómo nos los presentan Brizé y su equipo.

Otros dos aspectos engrandecen el resultado final de este film. Por un lado, otra actuación sublime, la de Sandrine Kiberlain, que, con la calidad que nos tiene acostumbrados, confecciona un papel, con poco espacio en pantalla, pero intensa presencia y gran peso dramático.

Y, por otro lado, aunque resulta anecdótica, una enigmática, sutil y poderosa metáfora en forma de marioneta. Un meticuloso canto a la necesidad de la colaboración en la interdependencia y al cuidado de las personas, que son lo más valioso, por no decir lo único.

Firma: Esther Rodríguez