Lo que podría haber sido un viaje realista de búsqueda, redención y reencuentro a los treinta, acaba siendo una consecución de escenas poco sutiles y cargantes. El buen reparto o los valores de fondo no hallan consistencia en el guion.
Laura está sumida en un bloqueo existencial: se siente fracasada tras no haber logrado sacar adelante un proyecto personal, trabaja en una empresa que no la llena y cuyas pésimas condiciones laborales le dan lo justo para llegar a fin de mes, sufre por su padre enfermo de cáncer… Todo eso la lleva a encerrarse en sí misma, ser incapaz de comprometerse con su “casi pareja” y no lograr comunicarse asertivamente con su familia, ni poner límites con ellos.
Esa pesadumbre que siente la protagonista de Todo lo que no sé se traslada también a la fotografía apagada y a un guion que se construye con repeticiones de escenas o situaciones. Así pues, se consigue trasladar al espectador ese bucle o estancamiento en la vida de Laura. Aunque es algo lógico para poder entenderla, el hecho de estirarlo demasiado en el metraje acaba generando un profundo desinterés y hartazgo.
Quizás el principal tropiezo de la película es intentar plasmar naturalidad, pero acabar cayendo en falta de sutileza. Todo se cimenta sobre la insistencia emocional y los subrayados son constantes –desde la presentación del proyecto de Laura como un método para “ordenar y reducir el caos” (espejo de ella misma) hasta la última línea de diálogo del film–.
A pesar de contar con un gran reparto –sobre todo una Susana Abaitua que saca adelante, con destreza, su cargante papel– y un tercer acto donde se ensalza la redención, la posibilidad de superación y la importancia de perdonarse con los seres queridos, todo eso no es suficiente. La apatía del conjunto y el exceso de explicaciones la hacen perderse mucho antes de llegar a su cierre. Una lástima, pues es una historia que, más pulida, habría sido una buena exploración de la búsqueda de uno mismo y la necesidad de errar en la vida para encontrar el camino.
Firma: Yoel González
A sus 35 años, Laura siente cómo su vida se encuentra estancada. Sus días avanzan entre visitas al médico para acompañar a su padre enfermo, jornadas laborales en un trabajo que no la llena y encuentros puntuales con su “medio novio”. Todo esto cambia cuando el pasado regresa a ella y un antiguo compañero le propone reiniciar un proyecto digital en el que estaba trabajando y fracasó. Su decisión por retomarlo e intentar sacarlo adelante con éxito hace tambalear la monotonía en su vida y pone patas arriba las relaciones con los suyos.