Todas somos Jane

Una película con cierta demagogia. En un momento donde en los Estados Unidos hay una tendencia de los movimientos pro vida frente al aborto libre, se recurre a contar una historia de un grupo de mujeres en 1968, cuando esta prácitca no estaba permitida, salvo en alguna situación calificada de terapéutica.

Jane Collective, o “las Janes”, fue un servicio clandestino en Chicago, Illinois afiliado a la Unión de Liberación de la Mujer que operó desde 1968 hasta 1973, una época en la que el aborto era ilegal en la mayor parte del país. Las bases de la organización se sentaron cuando Heather Booth ayudó a la hermana de una amiga a obtener un aborto “seguro” en 1965. Otras mujeres con embarazos no deseados comenzaron a contactar a Booth después de enterarse que podía ayudarlas.

El largometraje se basa en la historia ficticia, pero que pudo ser real, de Joy. Empieza con la dicotomía de “elegir” entre la vida del bebé o de la madre, pero curiosamente después del aborto no se hace ninguna mención a la enfermedad de Joy y sigue una vida absolutamente saludable. Por ello coge un tono más documental; se hace más ahínco en aportar información y datos del grupo de mujeres que de la biografía de cada una.

Todas somos Jane plantea el dilema moral de convertir el tema de los abortos en un negocio para ganar dinero, como se ve con la figura del falso médico. También ahonda en las diferentes causas por las que acuden las mujeres. ¿Están al mismo nivel una mujer violada que la chica que aborta cada vez que se queda embarazada de su amante casado? Ellas mismas lo debaten. Aquí es curiosa la intervención de una monja en el equipo de “Janes”, que matiza la hipocresía moral de algunos sectores de la sociedad.

En el aspecto visual, la ambientación sesentera del film está muy bien lograda, tanto en vestuario como en decoración y estilismo. En las escenas explícitas de los diferentes abortos se consigue trasmitir el dolor, el sufrimiento, y la cutrez y falta de higiene en las instalaciones.

Curioso ver a una Sigourney Weaver, con retoques estéticos, en un papel tan poco relevante, aunque sea coprotagonista, después de haber sido una de las grandes de los años 90.

Firma: Rosamaría Aguilar