La guionista y directora transforma la historia real de Brady Jandreau en una íntima, sencilla y elocuente película. Para espectadores sin prisas pero que busquen cine auténtico sin pausa.
Chloé Zhao estrena su segundo largometraje y el primero que llega a nuestras pantallas, tras haber logrado el premio en la Quincena de realizadores de Cannes 2017 y la Espiga de Plata al mejor film en el Festival de Valladolid, así como el galardón a la mejor directora y mejor actor.
The rider empieza y acaba con un ritmo muy tranquilo (aviso para navegantes) que busca profundizar en el horizonte de un joven cuya carrera en los rodeos se ve truncada por accidente. De hecho, tal y como se vende el guion, efectivamente se indaga en el “significado de lo que es ser un hombre en el corazón de América”.
Sin saber los orígenes del argumento ni las condiciones de producción, la mirada de Zhao resulta muy sugerente, con un balanceo suave y natural, pero profundo, entre lo realista y lo poético. Lo que en otras propuestas –tantas en las que el cine americano habla de sus raíces en lo rural y salvaje– está cargado de clichés impuestos por el universo vaquero, aquí se transforma en algo universal, que puede conectar con más contextos sin abandonar esa zona de costumbres en extinción de Dakota del Sur.
Por eso, cuando se descubre que Brady Jandreau se interpreta prácticamente a sí mismo y que Tim Jandreau y Lilly Jandreau, son también su padre y su hermana respectivamente, todo lo anterior se revaloriza aún más y se saborea con más interés esa interacción entre ficción y documental.
En el terreno visual, la directora maneja con habilidad las posibilidades del plano fijo, con el uso (sin abuso) de la línea del horizonte. Del mismo modo, efectivos y atinados resultan los travellings. Son ocasionales, pero están justificados para ir a la zaga del protagonista a caballo.
Con un arco de esperanzas limitadas, donde el consumo de marihuana se manifiesta como expresión de vacío (temporal e interior), The rider disputa la batalla del optimismo en detalles pequeños, aunque cargados de abrumadora humanidad: los encuentros con su amigo Lane (también un accidentado de los rodeos con menos suerte que Brady) siempre con actividades pensadas para distraerle y animarle; el trato paciente a su hermana autista; la delicadeza y comprensión de su profesión como entrenador de caballos; las visitas a la tumba de su madre y la cercanía con la naturaleza.
Chloé Zhao muestra a las claras que no quiere mover al espectador entre emociones extremas, ni de dramatismo ni de triunfalismo. El suyo es un optimismo y un realismo moderados. No quiere ahogarnos en la pena ni buscarnos soluciones fáciles. Busca hacer creíble y próximo un universo donde la frustración es de difícil escapatoria y las referencias son muy limitadas.
Sin embargo, esa (en apariencia) falta de ambición se revela como una emotiva historia, donde la falta de prisas deja paso a una experiencia cautivadora y elocuente.
Firma: Lourdes Domingo
Brady, que fue una de las estrellas del rodeo y un talentoso entrenador de caballos, sufrió un accidente que ahora le incapacita para volver a montar. Ya en casa, se da cuenta de que lo único que quiere es volver al circuito, en contra de los consejos de los médicos.