La promesa de una obra maestra queda eclipsada por un superficial esteticismo, la gratuidad de determinadas (y crudas) escenas y la irregularidad de sus dos partes. Las expectativas desinflan un film correcto, pero no perfecto.
El brutalista ha reunido premios y alabanzas desde su paso por el Festival de Venecia, donde se alzó con el reconocimiento a mejor director. Sin embargo, el tercer largometraje de Brady Corbet dista mucho de la obra maestra que se ha venido comentando. En su corrección, cuenta con muchos componentes destacables, y otros muchos hinchados con la misma grandilocuencia que las aspiraciones y la desesperación del protagonista.
La película es una historia sobre la subversión de esos ideales soñados. Su construcción intencionada de una palpable epicidad liga coherentemente con en ese canon del sueño americano, que luego ella misma se encarga de manchar con una oscuridad constante. Se gira así ese ideal para convertirlo en algo no tan fácilmente alcanzable, se voltea como la estatua de la libertad que aparece en los primeros minutos del metraje, posicionada en angulaciones imposibles e irreales. Se constata así que “la tierra de la libertad” es en realidad una “tierra de no acogida”.
Partiendo de esta sugerente línea de pensamiento, la primera parte –antes del intermedio- arma toda una estructura arquitectónica prometedora, que en la segunda parte no se logra sostener y se desmorona. A partir de la mitad, se pierde el hilo de algunos elementos narrativos y se excede en la gratuidad de escenas, muchas de ellas superfluas e incluso alguna muy desagradable.
A todo esto, se le añade una irregularidad en los recursos formales utilizados. Mientras, por ejemplo, la cuidada banda sonora refuerza esa otra cara del sueño americano, la contrapartida a todo idealismo, con unas partituras que refuerzan cierta incomodidad, el film cae en una deriva esteticista vacua que sobrepone la forma sobre el fondo.
En definitiva, El brutalista es una obra colosal: por su duración –la cual no supone un problema y no se hace pesada- y por sus aspiraciones. Pero en esa búsqueda de lo épico y grandioso, se pierde por derroteros que desinflan al conjunto. Aun así, queda un largometraje con aspectos interesantes y otros tantos sobre los que seguir discutiendo.
Firma: Yoel González
László Toth, un arquitecto húngaro, huye a Estados Unidos tras la guerra en busca de una vida mejor. Allí la vida lo cruza con Harrison Lee Van Buren, un empresario adinerado que deviene su mecenas. Este le propone un ambicioso proyecto que László acepta de inmediato, momento en el cual se ve empujado por una espiral de infortunio. Mientras esa nueva etapa da inicio, le llega una esperanzadora noticia: su mujer, Erzsébet, y su sobrina siguen vivas.