Té negro

Bien entrados en el metraje, el personaje de Han Chang le comenta a Aya (Nina Melo) sobre las tres fases para degustar un té. Primero se saborea el entorno, a continuación, el sabor del propio té, y por último las sensaciones que deja. Siguiendo estos pasos para analizar la nueva película de Abderrahmane Sissako, uno acaba desubicado por el contexto, desabrido por el contenido y vacío ante las emociones que experimenta con el final.

El inicio presenta un terreno interesante a explorar y una oportunidad de sumergirse en una interculturalidad enriquecedora. Sin embargo, a medida que avanza, la cinta se va perdiendo en sí misma sin saber bien su razón de ser. El desconcierto contagia tanto el fondo como las formas de Té negro.

Por un lado, el director parece intentar construir una especie de atmósfera que hable por sí sola, pero eso lo lleva a una sobreestilización muda y al descarrilamiento de varios componentes cinematográficos que acunan al espectador hacia el tedio. La sobria realización se une a un guion pobre, con diálogos faltos de naturalidad que van de un lado a otro, y un montaje poco depurado, torpe por momentos, y sin emoción –algo que intenta salvar puntualmente con inefectivos fundidos “poéticos”-. Por otro lado, uno se desorienta entre el atropellado vagar de los personajes y la presentación de algunos que son irrelevantes. El sentido narrativo se va perdiendo y la relación amorosa se extravía en el desinterés.

Té negro es una obra que promete, que dispone de los elementos y la sensibilidad momentánea para conformar algo sólido, pero se traiciona a sí misma con una mala conjugación de sus ingredientes. Así, al final, se atiende a un film que carece de aroma o, al menos, de una suficientemente sugerente como para despertar un recuerdo.

Firma: Yoel González