Solo

Hugo Stuven y Santiago Lallana adaptan la vivencia de Álvaro Vizcaíno. Para ello, deciden ataviar el guión con una estructura de dos líneas cronológicas que intenta conectar dos subtramas.

Por un lado, se cuenta la agónica supervivencia de Álvaro. En esta parte es donde hay más dinamismo, aunque también una redundancia verbal de su soledad a través de los soliloquios. Y, por otro, se narra (con bastantes carencias) la evolución de su interés romántico y de otros vínculos personales con menos detalle.

Dichas carencias vienen dadas porque no se ha trabajado dramáticamente la relación entre los personajes que interpretan Alain Hernández y Aura Garrido. Y se evidencian en la sobreexplicación a la que se ve sometido el guión para justificar por qué estamos viendo a ambos protagonistas en la playa sin decir ni hacer nada que interese; solo luciendo palmito de gusto surfero y de postal de red social. Los dos se ven obligados (por el guión) a afirmar lo que sienten, mientras el espectador no siente que ese sentimiento sea verdadero ni auténtico.

Eso sí, gracias a la belleza del paisaje tinerfeño, la película mejora. Hay que aplaudir la dirección de fotografía, aunque no sirva para elevar el nivel general que sí encontrábamos en propuestas análogas como 127 horas de Danny Boyle, donde el guion funcionaba por los riesgos que asumía, así como por la mayor hondura en su exposición.

Aquí las buenas intenciones y las moralejas se explicitan dejando al público hábil solo para disfrutar de la arena, de las olas y del cielo.

Firma: Lourdes Domingo