Siervos

Ivan Ostrochovský estrena su segundo largometraje de la mano de dos guionistas. Una de ellas es Rebecca Lenkiewicz, confirmada por la solidez y buena acogida de Ida. Como el film polaco, Siervos apuesta por el blanco y negro; esta vez para narrar unos hechos que hablan de cómo resolvemos o nos afectan las dialécticas entre la libertad interior y las presiones externas.

La trama aborda la persecución religiosa a la que el comunismo sometió a tantas personas en Checoslovaquia. Pone un énfasis especial en los intentos de corrupción de la jerarquía eclesiástica que se encargaba de las tareas de formación de las vocaciones jóvenes y ponía en peligro el pensamiento único que se imponía desde el gobierno.

Para expresar todo lo anterior, Ivan Ostrochovský adopta el esquema y los elementos narrativos del thriller y del cine negro más sobrio y milimetrado, a los que añade una gran dosis de hieratismo expresivo, de encuadres fijos, perspectivas cenitales, desnudez arquitectónica y un trabajo sobre el sonido que maneja las estridencias a partir de sonidos urbanos diegéticos.

Estos rasgos provocan una doble experiencia en el espectador al ver la película: por un lado, una sensación de peligro silente y de sospecha escondida, con incremento de la tensión pero también, por otro, un tempo, con momentos para observar casi en pausa determinadas acciones o decisiones de los personajes.

Ostrochovský, Lenkiewicz y Lescák saben respetar, en su guion, la importancia intelectual y moral de lo que se ponía en juego en esos momentos en el este de Europa. Sin embargo, esa austeridad (cargada de metáforas) y la deriva hacia el thriller dejan fuera los aspectos más dinámicos, personales y emocionales de la fe en la juventud o en la madurez, que se intuyen pero no cobran protagonismo.

Firma: Lourdes Domingo