Esta adaptación de su propia novela lleva a Trueba por ciertas irregularidades: confía demasiado en el material y se precipita en su traslación audiovisual. Aun así, el tono general y Verdaguer facilitan un visionado liviano.
David Trueba regresa en una nueva colaboración con David Verdaguer, dos años después de la aclamada Saben aquell, para adaptar por primera vez una de sus propias novelas: Blitz. Aquí subyace el doble filo de su propuesta: si bien el director y guionista conoce el material de origen al detalle, confía demasiado en él y no sabe abandonar algunas decisiones que, pese a que funcionan en su dimensión literaria, no lo hacen tanto en la cinematográfica.
Siempre es invierno –título que adopta el film– configura el tiempo como un factor crucial en su estructura. No solo a nivel temático, con su protagonista diseñando un parque donde todo gira en torno a relojes de arena de 3 minutos, sino también a nivel argumental, con el paso de los meses marcado por intertítulos como en el libro. Asimismo, la mayor parte de la cinta sucede en enero, donde a través de pequeños gestos se produce una ruptura inesperada y, entre el grisáceo ambiente invernal, comienza a surgir un aparente nuevo romance.
Esa parte, que acontece en la ciudad belga de Lieja, se muestra más sólida en su conjunto, tanto en cuestiones de ritmo como en las distintas materias planteadas: las relaciones humanas; el fin y el comienzo de estas; la importancia de la comunicación en los vínculos afectivos, y el impacto de la soledad en las personas (con el personaje de Miguel perdido y deambulando por la urbe). Así pues, esa sección de la película establece unos estándares que luego se rompen con un avance precipitado en una serie de postales mensuales deshiladas y unas decisiones de guion resueltas en casualidades y un nuevo amorío evidente, pero asimismo atropellado.
Si bien es cierto que el cierre puede dejar una sensación agridulce en el espectador, la combinación de géneros que presenta Siempre es invierno –entre drama, romance y apuntes cómicos bien encontrados– y la interpretación de David Verdaguer permiten un visionado disfrutable.
Firma: Yoel González
Miguel, un arquitecto paisajista, viaja a Lieja (Bélgica) junto a su novia Marta para participar en un congreso de arquitectura. Allí, su relación pronto se tuerce y deriva en una inesperada ruptura. Ante esto, Miguel decide quedarse por su cuenta unos días más e intentar encontrar el sentido de su vida a partir de ese punto. En ese deambular por una ciudad desconocida, conoce a Olga, una voluntaria del congreso, y comienza a entablar una conexión especial. Junto a ella, parece atisbar la posibilidad de encontrar ese nuevo rumbo para su existencia.