Por donde pasa el silencio

Cuatro años después, Sandra Romero se estrena en el largometraje con una obra homónima que extiende el contexto presentado en su corto Por donde pasa el silencio. En ella, la directora se lanza a una exploración de las relaciones familiares, en su complejidad y sus tensiones, y profundiza en la fraternidad adulta siguiendo las dinámicas entre los tres hermanos –también en la vida real–, si bien los mellizos son el núcleo narrativo sobre los que gira la historia  y se desarrollan sus tramas individuales y coincidentes.

La inestabilidad relacional se construye desde una cámara en mano que no tiene miedo a un acercamiento de los protagonistas con gran sensibilidad y un tono apagado, muy coherente con otros temas circundantes del film como la enfermedad o la adicción. Todo ello, de todos modos, se desarrolla desde una enorme naturalidad que recurre a la realidad e incluso roza momentos documentales para completar la ficción.

En ese manejo de situaciones de tensión con escenas de una tierna intimidad, la película transita los espacios y estadios del querer. A partir de ellos, dota a cada personaje de consistencia para poder entenderlo sin justificar sus acciones y se desprende la importancia de los cuidados. Aunque es un visionado certero e incómodo a ratos, con sus tesituras imperfectas e intercambios intrafamiliares hirientes, en su agridulce final se consigue aferrar a pequeños gestos esperanzadores que se asoman a lo largo del metraje y salvan al espectador reflexivo de marcharse desmoralizado.

Firma: Yoel González