Audiard sorprende con una propuesta que podría haber sido sugerente y profunda y se queda en un pobre retrato de cierta juventud contemporánea. Su obviedad desarma la promesa de una historia interesante.
El Distrito XIII de París tiene el encanto (muy diferente del romántico escenario que el imaginario colectivo tiene de la capital francesa) de la multiculturalidad y la supervivencia. Altos edificios de viviendas, todo cemento y hormigón, donde se agolpan, como abejas en una colmena, miles de personas de toda raza y condición.
Jacques Audiard, director y coguionista, sobrevuela el abigarrado conglomerado de bloques y vías de comunicación mostrando, en una inteligente y gráfica primera escena, cómo tras cada ventana gris se desarrolla la vida cotidiana de sus variados habitantes.
De la misma manera, fría y descarnada, sobrevuela las que eran, se supone, las ideas o temas que pretendía reflejar en esta película: el desconcierto y la desorientación de una juventud desarraigada, la soledad, la inseguridad, la muerte o la necesidad de aceptación y de sentirse querido o, al menos, valorado. Para ello, escoge un trío de personajes de distinta raza, y los entrecruza con agilidad y verosimilitud en ámbitos diversos como son el trabajo, la educación el ocio o la vivienda.
Pero digo que Audiard “sobrevuela” la trama porque, una vez lanzados a la acción los protagonistas, parece renunciar a adentrarse de verdad en la interioridad o carácter de quienes nos está describiendo. Se limita a rellenar los 106 minutos de metraje del film con explícitos y pseudoartísticos encuentros sexuales, plagados de planos detalle, surcando, sino cayendo directamente en el cine porno. De ese modo, el drama pierde profundidad y los roles se desdibujan, desaparece su identidad y quedan reducidos a un amasijo de miembros informe y banalizado.
Entiendo que tanto las desinhibiciones como las inhibiciones sexuales de cada uno de los tres se utilizan como metáfora de sus traumas interiores. Sin embargo, los dos ámbitos de la simbología están tan desequilibrados que el resultado final es torpe y pobre y da la impresión de que le han faltado las ideas o la valentía necesaria para ahondar en la realidad de las personas de las que nos quiere hablar.
Revestir todo ello con una fotografía en blanco y negro, curiosa la única escena en color que introduce, de gran calidad no hace sino lamentar cómo se ha desperdiciado la potencialidad de una buena historia y la maestría técnica para contarla.
Firma: Esther Rodríguez
Émilie conoce a Camille, que se siente atraído por Nora, que, a vez, se cruza en el camino de Amber. Tres chicas y un chico. Son amigos, a veces amantes y, a menudo, las dos cosas.