Men

Alex Garland es, pese a su juventud, un reconocido productor, guionista y director de cine británico que con sus escasas producciones ha conseguido hacerse un nombre debido, sobre todo, a su originalidad. Acomete ahora su tercer largometraje como realizador total con una extraña película supuestamente de horror, quizá psicológico.

Es difícil catalogar Men, su última creación. Se presenta como un relato de intriga y/o terror, pero tiene muy poquito de cada categoría y sí mucho de drama traumático cargado de metáforas; unas demasiado claras, otras demasiado oscuras y todas ellas bastante burdas. Se percibe, eso sí, que es una historia sincera, en la que Garland se ha comprometido de manera personal, aunque debido a su torpe realización, nos ha excluido a todos los demás.

El planeamiento es prometedor y minucioso. La llegada de Harper, encarnada con arriesgada solvencia por Jessie Buckley, a la mansión y al pueblo, con el pesado lastre de una tragedia de la que algo intuimos, su paseo por un bosque de delicada y tranquila belleza y su encuentro con el peculiar dueño de la casa, preludia un ataque de miedo frío y lacerante… que nunca llega.

Este preámbulo se alarga en exceso para entrar en el nudo del relato arrastrándose con pesadez. Y, lo que resulta más desolador, girando en torno a un misterio cuyo simbolismo se desvela con facilidad haciendo que el interés desaparezca y dé paso a un sopor, que, debido a lo desagradable y tosco de la parte final, ni siquiera resulta descansante.

Por otro lado, y torpedeando su propia apuesta alegórica, Garland muestra demasiado pronto y demasiado explicita su idea principal: la maldad de los hombres (varones) y sus casi infinitas facetas a la hora de perjudicar a las mujeres. Cada uno es muy libre de pensar lo que quiera, pero si se va a transmitir algo tan importante (para él) mediante un lenguaje cinematográfico, no basta solo una convicción y un planteamiento sugerente: un guion que no sea tan terrible es absolutamente imprescindible.

Firma: Esther Rodríguez