Los Mitchell contra las máquinas

Los Mitchell contra las máquinas es una curiosa mezcla de géneros e ingredientes combinados con acierto para que pueda gustar a un público amplio. Se mueve entre la comedia, el apocalipsis, la crítica a la tecnología y las aventuras animadas trepidantes mientras incluye bromas y referencias un tanto más afinadas. El resultado es tan peculiar como la familia que protagoniza la cinta.

Los Mitchell son unos personajes que encarnan diversos estereotipos –cada uno es friki en un ámbito diferente– y plasman con humor las diferencias entre generaciones, especialmente en lo referente a los avances tecnológicos. La relación entre sus miembros puede extrapolarse más allá de la cultura concreta que representan y, por ello, es fácil que casi todos puedan identificarse con las situaciones que viven.

No obstante, donde el largometraje tiene su punto fuerte, es en el análisis que hace sobre la posición de las máquinas y las redes en la actualidad. El film denuncia el monopolio de datos personales que tienen hoy en día algunas grandes empresas y plantea una metáfora estremecedora y, a la vez, posible sobre la esclavitud de internet. Y, en cierta manera, no dista mucho de la realidad. Evidentemente, no porque la inteligencia artificial se haya vuelto perversa y pretenda dominar el mundo, pero sí se puede hallar un paralelismo con el efecto de las pantallas: la manipulación y las adicciones están llegando también a dominar a algunos como si fueran el ser superior que dibuja la película.

Sin embargo, Los Mitchell contra las máquinas también destaca los puntos positivos, como que facilita la conexión entre los seres queridos alrededor del planeta o que permite fomentar la creatividad. De este modo, permite abrir un debate en casa que pueda ser optimista.

En definitiva, las vertiginosas peripecias de los Mitchell, animan a pensar y a mantener una conversación sobre el uso del móvil o el ordenador, a la vez que es un canto enternecedor a la familia ya que, como bien afirman, “las familias son difíciles, pero merece la pena luchar por ellas”.

Firma: Patricia Amat