La relación intelectual entre un alcalde de provincias y su joven asesora filósofa se convierte en una película simpática, que nos recuerda que la actividad cerebral es imprescindible para la plenitud del ser humano y de la sociedad.
Los consejos de Alice (Alice y el alcalde es su título original) es un regalo para todos los que, en mayor o menor medida, observamos preocupados la progresiva disminución de la curiosidad intelectual, la lectura, la reflexión y el pensamiento en general entre los adultos de hoy (y no digamos ya entre los estudiantes). Ver en una sala de cine, una buena historia que retrata sin rubor ni pedantería esta situación es una ilusionante bocanada de aire fresco.
Nicolas Pariser escoge como pareja protagonista a un político mayor y a una joven filósofa: distintas generaciones, estudios, profesiones y trayectorias vitales garantizan que la apuesta por las ideas como motor del mundo no es coto privado de alguna arcana civilización o de algún exclusivo o elitista ambiente académico. Ambos personajes, Alice y Paul, contrastados de por sí, empastan sus diálogos y acciones logrando una armonía digna del mejor coro polifónico.
El hecho de ambientarse en un ayuntamiento de capital de provincia, con la consiguiente irrupción de la política en el eje principal de la trama, permite incluir nuevos elementos como el poder, la justicia social o la comunicación imprescindible para informar, manipular o tomar el pulso a una sociedad.
A pesar de que Pariser se posiciona en la izquierda, huye con sinceridad y elegancia del maniqueísmo. El primer acto oficial del alcalde protagonista al que asistimos, el homenaje a un miembro de la Resistencia, es ya una declaración de intenciones resaltando la unidad de todos los que lucharon contra Hitler sin importar sus diferencias ideológicas. En la actualidad, serían la reflexión y el debate de las ideas el lugar de encuentro de las distintas corrientes políticas o existenciales; y su ausencia constituye la base dramática del guion.
Se agradece el tono positivo y cargado de sentido del humor con el que la película afronta un tema que podría resultar pesado o incomprensible. Hubiera sido fácil demonizar a la política en general. Al alcalde Paul Theraneau le exaspera una política limitada a la gestión, los logros económicos, las conquistas urbanísticas o las luchas de poder, pero tiene esperanza en una política que se base en ideas firmes y en constante innovación o renovación.
Todo ello, sorprendentemente, se disfruta como si fuese una comedia. Las escenas se suceden con agilidad, aunque también con cierto caos y la cercanía con la que retrata a los personajes facilita que entremos en un debate tan poco habitual.
Es cierto también, que el equilibrio del film se rompe, sin embargo, en el retrato de la vida personal de Alice. Si bien se aprovechan sus relaciones para introducir nuevos parámetros de reflexión, sus acciones resultan inconexas y paradójicamente superficiales.
No obstante, esto no limita en absoluto el disfrute de una propuesta simpática que nos recuerda que la actividad cerebral (intelectual, cultural, artística o política) es imprescindible para la plenitud del ser humano y de la sociedad.
Firma: Esther Rodríguez
Alice acaba de ser contratada para asesorar al alcalde de Lyon. Es un político experimentado e idealista que lleva un tiempo preocupado por su falta de ideas. Las conversaciones con Alice le devolverán la ilusión, pero ambos sufrirán los embistes del peligroso mundo de la política.