La vida sin ti

La vida sin ti –ya empezamos mal con un título que juega al despiste– trata sobre la memoria, la pérdida, las ocasiones perdidas (y las aprovechadas) y la búsqueda incesante y constante por calmar un corazón más caprichoso que magnánimo.

Y esto es todo lo que he podido deducir después de cien minutos de proyección y varias horas de prospección en busca de alguna idea coherente oculta entre el follaje de despropósitos que han expelido Laurent Larivière y François Decodts a través de su guion.

Los que, de la mano firme y embaucadora de Isabelle Huppert, hemos aguantado hasta el final, alcanzamos a vislumbrar una línea argumental emotiva y posiblemente sincera, que, despojada del incómodo y absurdo artificio de sus realizadores, nos mueve a la compasión y a una honesta y dolorosa empatía.

El problema, como ya he dejado entrever, es el disparatado relato que director y guionista han confeccionado, no entiendo muy bien para qué. Quizá con el afán en alejarse de sensibleros dramas de sobremesa apuestan por un enrevesado montaje (de gran calidad técnica, por cierto) plagado de giros disparatados, erotismo setentón y unos cuantos personajes que, como meritorios sin futuro, entran y salen de la trama solo para despistar (y exasperar).

La suerte, sin embargo, parece premiar a los valientes (o a los inconscientes) y, si se llega hasta el final de la película, desaparece el mal sabor de boca. El mérito, juraría, es de Isabelle Huppert y de los actores que encarnan a Nathan. Los cuatro cumplen con creces (de Huppert nos extrañaría lo contrario) y, a fin de cuentas, a pesar de los intentos del director por boicotear su propio trabajo, la relación de Joan y Nathan es lo central del film, lo más genuino y lo único con lo que Larivière nos ha permitido conectar.

Firma: Esther Rodríguez