Narrado en sentido inverso al trayecto natural de una vida, el filme sigue los últimos días de Chuck. El espectador experimenta una profunda catarsis y alcanza una visión más clara del sentido vital.
Resulta toda una proeza llevar a la gran pantalla una historia escrita al revés, tal como Stephen King concibió la vida de Charles Krantz. El filme narra la existencia de un hombre corriente que transita sus últimos días rodeado de sus seres más queridos, comenzando por el final y terminando por el principio.
Esa aparente desestructuración es, precisamente, el acierto y la originalidad del metraje, construido en tres actos. El primer capítulo muestra cómo se aproxima el fin del universo, que coincide con el final de la era de Chuck. El segundo conecta la adultez gris con la infancia, trayendo verdadera redención. El tercer capítulo proyecta sus recuerdos oscuros y tiernos de la niñez en una casa encantada, revelando cómo, en medio del dolor, nació su pasión por el baile y las matemáticas. Todo ello permite comprender que, de algún modo, en su biografía se contiene todo el universo.
Mike Flanagan adapta y dirige un relato sumamente humano con tintes de ciencia ficción que conmueve y transforma. Lo hace con delicadeza, sabiduría y una potencia que estremece. Los colores, los primeros planos que revelan el mundo emocional de los personajes y los grandes planos que capturan las estrellas del firmamento, junto con la expresividad de un reparto inmejorable —donde Tom Hiddleston está soberbio en su interpretación y Benjamin Pajak brilla como el Chuck adolescente—, hacen del film verdadero arte. Además, las coreografías de los bailes son un espectáculo capaz de transmitir ideas profundas de esperanza; y la banda sonora épica completa el círculo.
Cautiva y deja un halo de optimismo sobre la vida humana. El espectador experimenta una profunda catarsis y se reconcilia con sus propias heridas del pasado, alcanzando una visión más clara de la existencia y del sentido que puede encontrarse incluso en la oscuridad. La película demuestra que es posible extraer belleza del mal y construir auténticas conexiones sanadoras que nacen de la desesperanza, los sinsabores de la vida e incluso de la muerte. La vida de Chuck es una de esas cintas que no solo entretienen, sino que transforman nuestra perspectiva vital. Ahí reside su auténtica magia.
Firma: Rocío Montuenga
Charles Krantz, con tan solo 39 años, vive el final de su existencia en paz, rodeado de sus seres amados, en un momento que coincide con el fin del mundo. Al recorrer su vida en sentido inverso, aparece un hombre que enfrentó sus más profundos temores y aprendió de sus recuerdos. Su infancia en una casa encantada, donde lo extraordinario y lo cotidiano se entrelazaban, desvela un universo conectado más allá de lo visible.