La última gran estafa

No deja de sorprender la capacidad de Hollywood para sacarse partido. La última gran estafa es el remake de un largometraje del mismo título dirigido en 1982 por Harry Hurwitz. Desconozco la obra original, pero la versión actual de George Gallo es una entretenida comedia que, sin ser excesivamente divertida, tiene suficientes atractivos como para ser tenida en cuenta en este 2020 tan desconcertante (por decir algo) en lo cinematográfico como en todo lo demás.

Indiscutiblemente, el principal atractivo es el trío de actores. Robert de Niro, Tommy Lee Jones y, en menor medida, por cuestión de metraje, Morgan Freeman están fantásticos en sus papeles. Sacan petróleo de su veteranía. Sin embargo, parecen haberse estudiado sus personajes con la ilusión y el empeño de quien aún tiene que hacerse un nombre. El resto del elenco, con el sobrino Zach Braff a la cabeza, están completamente a la altura para crear un universo compacto y verosímil.

Otro elemento atrayente es el retrato de un Hollywood en decadencia, durante los años 70, y de un grupo de profesionales del cine de tercera o cuarta fila, que anhelan codearse con las estrellas del momento mientras deben conformarse con un equipo de artistas noveles o en sus horas más bajas. Resulta muy fácil para el espectador adentrarse en ese mundo gracias a una dirección artística muy eficaz, que consigue aplicar al relato una pátina de nostalgia apolillada pero coherente.

En ese sentido, el film tiene algunas escenas especialmente logradas, como la visita a la residencia de ancianos o el casting para elegir el director. Con estos detalles y el buen hacer de todo el equipo, La última gran estafa parece insertarse en el catálogo de los cientos de películas de serie B que hicieron grande al Hollywood clásico como teloneras de las grandes superproducciones. Y aunque, como ya he comentado anteriormente, no provoca demasiadas carcajadas, despierta, que no es poco, una sonrisa constante.

Firma: Esther Rodríguez