La hija oscura

El debut de Maggie Gyllenhaal resulta sólido en cuanto a la dirección, pero tiene algunos fallos de guion que no le dejan lucirse del todo.

No se puede negar que la cineasta maneja con destreza muchos elementos, logrando encajarlos como un rompecabezas. Juega equilibradamente con los saltos en el tiempo, los cambios de plano –en especial los de detalle–, la ambientación e incluso los actores, que hacen gala de buenas interpretaciones. También ayuda la fotografía, que sumerge a la audiencia en la costa griega y aligera por momentos la tristeza de la trama.

Gyllenhaal dedica su primera película a la maternidad, desde un punto de vista inquietante a partir de la novela de Elena Ferrante. A través de un encuentro, el relato aborda los sentimientos de estrés, culpabilidad, arrepentimiento e inestabilidad a los cuales pueden abocar los hijos. De ese modo, el tono general del film es amargo y deja una sensación de extenuación y hasta perturbación en el espectador.

Sin embargo, ese no es el problema. El fallo es que contiene un exceso de metáforas redundantes, que subrayan constantemente el mismo mensaje haciendo que la cinta parezca exagerada y ligeramente inverosímil. Además, su larga duración contribuye a hacer notar las repeticiones. Incluso los secundarios parecen creados al servicio de la protagonista y todos los diálogos, reflexiones y secuencias giran en torno al mismo tema, lo cual es peculiar si se tiene en cuenta el contexto de vacaciones en el que se desarrollan los hechos.

Por otro lado, las escenas sexuales que salpican la historia no hallan del todo justificación en la complejidad del personaje. Aunque es cierto que está bien definido, la nebulosa de agotamiento e infelicidad que le envuelve impide que salga del bucle en el que se sume la narración. Así, la propuesta acaba como una muestra de los trastornos maternales sin una conclusión nítida.

Firma: Patricia Amat