La gran mentira

La gran mentira es, en realidad, una gran decepción. De factura impecable y con una impresionante interpretación de la pareja protagonista, Ian McKellen y Helen Mirren, su inconsistente guion y las numerosas trampas a las que recurre ahogan las virtudes que, indudablemente, también tiene.

El comienzo es muy prometedor aunque su preciosismo de máquina de escribir, combinado con citas por internet, hace temer que el largometraje va a discurrir por la senda de lo incongruente, como finalmente se confirma.

Siempre es una delicia admirar y disfrutar de las sutilezas interpretativas de dos de los mejores actores ingleses de los últimos tiempos. Los primeros giros de la trama captan la atención del espectador y le conducen a través de las sospechas de estafa y de la tímida esperanza de que pueda resolverse con la llegada de un amor crepuscular, pero verdadero.

Sin embargo, aproximadamente a partir de la mitad del metraje, la historia se precipita, cambia de género, y se enreda en sus propias mentiras. Lejos de sorprender al espectador, se hace mucho más previsible y la resolución final suena a muy vista y muy poco convincente.

El uso de flashbacks se convierte en un nuevo ejercicio de virtuosismo visual ya que son superfluos y, en algunos casos, claramente dañinos para la consistencia del film. Del mismo modo, los escasos y caricaturizados secundarios parecen meras comparsas de los dos protagonistas, puestos ahí para poder solucionar de cualquier manera los callejones sin salida en los que se haya metido el guionista. Por no hablar de los epílogos sonrojantes que confirman la superficialidad y el efectismo con los que se han abordado los diferentes temas de esta película.

Visionar La gran mentira sin pretensiones, con el único fin de contemplar a Mirren y McKellen mientras se escucha la emocionante banda sonora de Carter Burwell merece la pena. No obstante, será difícil que al final no se vaya uno con la sensación de haber caído, en lo fílmico, en una de las estafas de Roy.

Firma: Esther Rodríguez