Todo el argumento está dirigido a complacer al espectador y a levantar el film como bandera para la comunidad defensora de la ideología de género, y no para profundizar realmente en cuestiones de calado antropológico.
La chica danesa (2001) es una novela de ficción de David Ebershoff, basada en la vida real del primer hombre que se operó para convertir su cuerpo en el de una mujer, Lili, como se llamaría después.
Tom Hooper demuestra su maestría una vez más después de El discurso del rey y Los miserables. La película está muy bien dirigida y la estética es totalmente pictórica, con referencias a la escuela holandesa, pues cada plano es un meticuloso cuadro, arropado por los preciosistas elementos de vestuario y decorados.
En cuanto al guión, es simple y está astutamente bien entramado para ofrecer al deslumbrado espectador un bello envoltorio sin dejar espacio a la –necesaria– reflexión. Eso es lo que pasa cuando se apela directamente al más puro drama romántico para mostrar la liberación de unos instintos ajenos a un cuerpo masculino, un tema algo más complejo.
Y es que e de eso habla la película, de la historia de amor entre el personaje de Alicia Vikander, verdadero peso de la cinta y merecedora de todos los premios, más que Eddie Redmayne, que se limita a hacer una imitación y gestualización del encorsetado y hasta infantil papel.
Gerda, tal y como se la presenta, es una mujer fuerte y sensible, le sigue la cuerda a su marido hasta que no puede más, pero incluso ahí sigue estando a su lado, sin comprender del todo y como un ejemplo de amor incondicional. Sin embargo, las reacciones que sí que no cuelan son las de los médicos, de los que se hace una exagerada y fácil demonización.
La película se encarga de ir sembrando la inseguridad de Einar y su carácter detallista, observador, así como el papel que representa en público, por eso la inesperada revelación al tocar el camisón de su mujer no lo es tanto. Allí afloran sentimientos precedentes y entonces es cuando, poco a poco, va dando rienda suelta a su propensión como un esquizofrénico juego.
La transformación está motivada –sobre todo– externamente, aunque el espectador no sea muy consciente del artificio del guión. En realidad, el protagonista encuentra la seguridad en el afecto puramente físico y en su nueva identidad, vehículo de una explícita –a veces– sexualizacion del cuerpo. Hay momentos prescindibles bastante facilones y sensibleros, a la par que poco naturales.
También se mezcla mucho el tema del éxito profesional de la mujer de Einar con la transformación de él. Es discutible, pero a ella en cierto modo le “sirve” indirectamente para llegar a ser reconocida profesionalmente, aunque todo el dolor de la aceptación sea patente.
Al final, La chica danesa plantea sólo plantea la aspiración de Einar de convertirse en mujer, sin contemplar ningún otro proyecto ni siquiera persona. No obstante, a la vez, sí que se plantean otros interrogantes. Cuando es tratado como una mujer, ¿entonces quiere serlo? No queda claro, porque todo el argumento está dirigido a complacer al espectador y a levantar el film como bandera para la comunidad defensora de la ideología de género, y no para profundizar realmente en cuestiones de calado antropológico.
Firma: Begoña Arribas
Einar Wegener es un tímido pintor de éxito, casado con la decidida y moderna Gerda desde hace seis años, también pintora. Sin embargo, esta no consigue vender su obra a ninguna galería. El matrimonio y la vida de estos pintores daneses quedarán truncados cuando Einar desentierre su deseo de ser una mujer. Al principio, este hecho supone un juego e inspiración para Gerda, pero después se convierte en la única opción de vida de su marido.
