Con esta oscura adaptación, las hermanas Coulin apelan al espectador para que se una a un viaje profundamente emocional del que pueda a sacar conclusiones por sí mismo. El reparto permite aligerar esta incómoda travesía.
Más de un año después de su paso por la 81ª edición del Festival de Venecia, las hermanas Coulin estrenan en nuestro país la adaptación de la premiada novela de Laurent Petitmangin: Lo que falta de noche. En ella, surgen preguntas de profundo calado emocional: ¿dónde comienza y dónde acaba el afecto paternofilial? ¿es posible el amor a un hijo después de que este haya perpetrado una atrocidad?
Jugar con fuego expone un contexto sociopolítico, donde las circunstancias de ciertas clases propician el surgimiento de determinados grupos radicales y de extrema derecha (un contexto patente en Europa y otros países globales). Aun así, la película no es una disección social sobre el auge de estos grupos, sino una representación de cómo afecta esta concepción de la violencia y la discriminación como solución dentro del seno familiar.
Delphine Coulin y Muriel Coulin se acercan a esta oscuridad –temática y formal– siendo fieles al punto de vista del libro: desde la mirada del padre. Esto facilita una conexión emocional con el relato y una empatía con la diatriba en la que se encuentra el personaje: mientras uno de sus hijos consigue encarrilar su futuro en una universidad de París, el mayor se empieza a vincular con una pandilla extremista y cambia su forma de ser. Ante este panorama, las interpretaciones precisas de padre (Vincent Lindon) e hijos (Benjamin Voisin como el primogénito y Stefan Crepon como el pequeño) son cruciales para dotar de sensibilidad a un argumento que, por momentos, pueda pecar de artificios.
A todo esto, el tratamiento del espacio es crucial para mostrar la desintegración de los vínculos relacionales y se sostiene hasta un final agridulce, abierto incluso. En este sentido, Jugar con fuego pone al espectador en una situación intencionadamente incómoda con el fin de invitarlo a pensar por sí mismo. La cinta no pretende sentar cátedra, pero deja clara la necesidad de la comunicación, la educación y el mantenimiento de los lazos para evitar que el enfurecimiento y el miedo se sobrepongan al respeto y el entendimiento.
Firma: Yoel González
Pierre tan solo está centrado en dos cosas, su trabajo y la crianza de sus hijos, y ha abandonado su pasado sindicalista para dedicar su tiempo plenamente a ellos. Sin embargo, mientras que el hijo menor, Louis, parece haber encontrado su camino y un futuro prometedor en París, el hijo mayor, Fus, comienza a desviarse cuando inicia una amistad con miembros de un grupo extremista. A pesar de que Pierre intenta hablar con él y encauzar su situación, el comportamiento de Fus pronto abre una brecha en los lazos familiares.