Happy End

Que el veterano director austriaco comience y termine su película a través de la pantalla de un móvil no sé si es un rasgo de genial adaptabilidad (terrible término de anuncio de coches) o más bien una confirmación de la decadencia de Occidente ejemplificada en lo errático de este film de Michael Haneke. Me inclino decididamente por esto último al contemplar lo difuminados que resultan los personajes de Happy End y la deriva a la que el director les somete a lo largo del metraje.

Haneke parece haberse quedado estancado en la muerte y la decepción, en la mentira y el artificio de la sociedad burguesa de los años 70; correcta en las formas pero corrupta en su modo de vida. El problema es que esa mentalidad la traduce a su cine y el resultado resulta tan falso y confuso como la realidad que, suponemos, quiere denunciar.

En Happy End el ritmo es irregular y cansino y el puzzle que forman los protagonistas, bajo capa de espontaneidad y verismo, provoca que el espectador se haga con los parentescos cuando ya está a punto de terminar la película y ya se ha perdido todo interés y aprecio por esos tipos humanos.

Tener en el elenco a Isabelle Huppert es una garantía de que el barco no se va a hundir del todo. Sin embargo, su labor de apagafuegos de la familia no funciona para salvar del desastre este último proyecto de un director que cada vez tiene menos que ofrecer.

Firma: Esther Rodríguez