Este angustioso largometraje pone el foco en una situación compleja, dura y violenta, más cercana de lo que se quiere percibir. La dirección de Agnieszka indaga en la angustia para no dejar a nadie indiferente.
Todo comienza con un plano aéreo. Por un momento la imagen está a color y se aprecian los verdes de los frondosos bosques que conforman el linde entre Bielorrusia y Polonia. De repente, el color se desvanece en un blanco y negro (que perdurará hasta el desenlace) y aparece el título esmeralda: Green border. Con este sencillo gesto inicial, Agnieszka Holland remarca en cierta medida la seriedad y la gravedad de la realidad a la que se aproxima con su film.
Ambientada en un reciente octubre de 2021, la película se divide en cuatro episodios de distinta duración que buscan ofrecer una composición poliédrico de una compleja y violenta situación contemporánea. El primer capítulo sigue a una familia siria que lucha por cruzar la frontera y llegar a la Unión Europea, donde los esperan. El segundo atiende a la encrucijada moral en la que se encuentra un guardia fronterizo. El tercero acompaña a un grupo de activistas que ayudan a los refugiados. Y el último sigue a Julia, una joven psicóloga que al presenciar una tragedia humana decide dejarlo todo y ponerse a ayudar en la zona divisoria.
Green border construye sus diálogos desde una evidencia y un subrayado que la hacen caer en una benevolencia inverosímil. No obstante, en su despliegue formal, Agnieszka Holland sostiene un mayor realismo. Para ello, prima la cámara en mano, los planos de seguimiento y los encuadres más cerrados, focalizados en más de un caso en los rostros de los personajes. De esta manera, consigue transmitir esa angustia con la que conviven muchas personas en la franja entre Bielorrusia y Polonia (así como entre tantos otros puntos geográficos).
En definitiva, queda un retrato sobre una coyuntura muy cercana a la que hacemos oídos sordos y marcada por una violencia presente también en la cinta. A pesar de no retorcerse en ella, su aparición es ineludible y presenta algunas escenas incómodas de ver. Eso mueve a la historia a hablar de esa disonancia entre la crueldad y la humanidad. Y al final, cuando la trama se traslada a la frontera entre Polonia y Ucrania, se acentúa cómo en muchas ocasiones estos conflictos son fruto de juegos de poder e intereses burocráticos, los cuales caen en una absoluta hipocresía.
Firma: Yoel González
En la frontera entre Bielorrusia y Polonia, lo que se promete como una puerta fácil hacia la Unión Europea se acaba convirtiendo en una completa pesadilla para aquellos refugiados que buscan una vida mejor. En este punto limítrofe se cruzan los caminos de una familia siria, un guardia fronterizo, y una activista que, tras ver el maltrato que se está produciendo, decide dejarlo todo para ayudar a los más necesitados.