Ozon relata el caso Preynat con una puesta en escena tan académica y tan centrada en el relato de hechos y reacciones que hace cuestionar la necesidad de la ficción y pensar más en la necesidad de haberlo hecho en formato documental.
François Ozon deja de lado el surrealismo imaginativo, cáustico e incluso perverso de muchos de sus films y, con Gracias a Dios, da paso a una propuesta no tan aterciopelada como Frantz pero sí aplacada en su punto de vista.
Esta vez ha escogido uno de esos temas de la agenda que arden en las manos de cualquiera, tanto por la gravedad y consternación que provocan como por la delicadeza y aplomo que reclaman.
En este sentido, su perspectiva estilística despierta algunas preguntas. Por un lado, el guion se basa en testimonios y en documentación de un asunto que todavía está en proceso de conocerse hasta el final (y que, en algún punto, Ozon altera con supuestos fines dramáticos). Y, por otro, la puesta en escena es descriptiva y plana.
Por eso, aunque la factura visual es impecable y la trama elaborada en relevos de tres víctimas levanta algo el volumen, estamos ante un tono académico que justificaría más un documental. Para muchos, Gracias a Dios carecerá de interés dramático como ficción, a pesar de lo relevante del asunto y de la sacudida personal que siempre produce la pederastia.
La película se centra en las víctimas y revela las devastadoras consecuencias de un abuso en un entorno de confianza, acrecentadas por la sensación de impunidad e injusticia. Al hilo de esto, el cineasta galo completa el dibujo de la realidad con la presencia de un par de víctimas en entornos no eclesiásticos.
Sin embargo, en detalles de montaje y de construcción de escenas, se nota que Ozon no tiene una visión ni exacta ni conciliadora con lo trascendente ni con lo eclesial. Eso sí, su relato deja ese halo de tristeza con el que siempre nos rocía el mal, aunque se estrene en una etapa en la que ya han cambiado unos cuantos aspectos que desprotegieron a esos menores ante los abusos de Preynat.
Firma: Lourdes Domingo
Alexandre vive en Lyon con su esposa e hijos. Por casualidad, se entera de que el sacerdote que abusó de él cuando era un boy scout sigue trabajando con niños. Se lanza a un combate al que se unen François y Emmanuel, otras víctimas del sacerdote.