Escape room 2: mueres por salir

Regresa, dos años después, la secuela de Escape room: sin salida dirigida también por Adam Robitel. Como propuesta, funciona: sus objetivos de entretener e incluso intrigar los consigue, a pesar de no ser un título que destaque por su clasificación (terror).

En esta segunda parte, los protagonistas llegan al escape room por error. Ellos no quieren, sin embargo, Minus les ha tendido una trampa, y se encuentran encerrados antes de poder remediarlo. 

Sin ser un guion demasiado novedoso, con una premisa clara y en la que la acción tiene todo el poder de la historia, consigue introducirse en la audiencia gracias a sus efectos especiales, al juego de luces y a la música. Estos elementos, junto a un montaje dinámico y una magnífica ambientación, aportan la angustia necesaria para tener al público atento en todo momento.

Los personajes, al igual que en la anterior película, siguen sin ser demasiado complejos. Apenas conocemos su pasado, su motivación o cómo llegaron hasta ese tren. La cinta se centra tanto en el movimiento que ni siquiera les presta atención. Podrían ser otras seis personas completamente diferentes, y no pasaría nada. Ojo, eso no significa que sea malo, pero se nota. 

Sin embargo, cabe destacar que hacia el final, como en la primera entrega, se produce algún que otro giro imprevisto que desconcierta –de forma positiva–, jugando con el espectador y dando pie a nuevas situaciones. 

A grandes rasgos, es un largometraje entretenido y que sorprende, aunque sigue en la misma línea que su predecesor: una trama y unos roles poco originales, se mantiene gracias a su contenido visual y al gran trabajo de arte. Un film que se deja disfrutar sin ir más allá del entretenimiento. 

Firma: Berta Aliaga