Entre dos amaneceres

El funcionamiento de las máquinas con los kilómetros y kilómetros de telas pasando por los diferentes rollos y engranajes enmarcan esta historia demasiado cotidiana y, a la vez, tremendamente dramática.

Selman Nacar escribe y dirige su primer largometraje acometiendo un tema delicado. Un accidente laboral, algo desgraciadamente corriente, le sirve al realizador para plantear al público un interesante debate acerca de los comportamientos morales, de la legalidad y sus escondrijos o de la lealtad (o lealtades que cada uno tiene en los distintos ámbitos de su vida).

Nacar imprime a este relato un ritmo lento pero constante, como un latido en las sienes del protagonista, que va calando en el espectador imprimiendo a la aparente objetividad de la propuesta, una creciente carga de tensión e impaciencia.

No es difícil verse inmerso en este drama pues, aunque se desarrolla en Turquía, rehúye cualquier rasgo de exotismo y muestra la cara más occidental de dicho país, para lo bueno y para lo malo. Al tratarse de una curiosa coproducción Turquía- Rumanía-España-Francia, recoge en sus escenas lo básico y esencial de cualquier humano de a pie, que, sin esperárselo, debe tomar decisiones, aparentemente simples, pero cargadas de trascendencia moral y de consecuencias para otras personas. Es interesante como, entre todas las reflexiones posibles, parece imponerse, como tema principal, la valentía, o cobardía, a la que hay que confrontar los propios principios.

Desgraciadamente, por lo menos para la que suscribe, el film opta por no concluir, como parece ser la moda últimamente, excediendo lo que tradicionalmente se llamaba “final abierto”.

En ese sentido, lo comentado al principio de este análisis, el inicio y cierre de la película, con el rodar de las máquinas y su clara metáfora de lo cíclico, parece condenar la narración, y por ende a la humanidad, a un discurrir empantanado desasosegante y muy poco esperanzador.

Firma: Esther Rodríguez