El poeta y el espía

Es realmente difícil comprender qué pretendía hacer exactamente Gianluca Jodice con este primer largometraje suyo. Después de casi dos horas de estética pretenciosamente decadente, el espectador sigue sin hacerse una idea de qué era en concreto lo que había que mirar.

La figura del poeta Gabriele D’Annunzio, con su originalísima personalidad y sus variopintas actividades, tanto públicas como privadas, ocupa un lugar destacado en el mundo cultural durante el paso del siglo XIX al XX. Su carácter transgresor, unido a su papel como inspirador del fascismo italiano, dotan a su retrato de una complejidad expectante que muestra por sí solo la crisis ideológica, política y cultural con la que se inició el convulso siglo pasado.

Entendemos que la intención de Gianluca Jodice era adentrarse en tan procelosa época y acercarnos a un D’Annunzio crepuscular que resumiese los diferentes aspectos y tendencias que convergen en su persona y en su tiempo, pero nada de ello es visible (y mucho menos audible) en El poeta y el espía.

La idea de contraponer al veterano y auto-superado artista con un joven entusiasta que asciende rápidamente en el partido fascista (también representando a un personaje real) era una buena base sobre la que construir la historia. Sin embargo, el guion de Jodice no desarrolla un relato inteligible ni describe, ni mucho ni poco, a los personajes principales, por lo que las idas y venidas de Giovanni o los exabruptos de Gabriele parecen absurdas reacciones infantiles disfrazadas de pseudointelectualidad.

Conocer previamente los hechos o, por lo menos, a grandes rasgos lo sucedido en Italia en el entorno del protagonista podría ayudar a centrar un poco más la mirada. No obstante, al final, ese sustrato exigido al espectador solo aumenta la sensación de estar ante un vacío y artificioso ejercicio de presunción que desperdicia algunas buenas ideas sin aportar ninguna a cambio.

El trabajo anterior de Gianluca Jodice, un documental sobre La gran belleza de Paolo Sorrentino, puede explicar que se haya decantado por jugar a la provocación en un trasnochado intento de suscitar interés a base de desinhibición sexual. Este hecho, lejos de describir a D’Annunzio, ensancha aún más la sensación de falta de fondo y contenido del que hace gala el guion.

Tan solo el tono grisáceo, frío y decadente que tiene todo el film logra transmitir algo en modo cinematográfico: una suerte de tensión velada, cargada de desesperación, que anuncia los desastres que sobrevendrán con la Segunda Guerra mundial. Todo un símil con la catástrofe que supone esta desafortunada película.

Firma: Esther Rodríguez