La película –ganadora del Premio del Público en el Festival de San Sebastián 2020– consigue trasladar al espectador la inseguridad y los temores que suponen la pérdida de la memoria, a través de un relato bien conjugado.
Florian Zeller debuta como director de largometrajes. Su carrera, además de pasar por guionista en producciones como No molestar, se ha centrado especialmente en los escenarios. De hecho, El padre es la adaptación de una de sus obras estrenada con éxito en 2012.
Tras ganar premios como los Molière, Tony y Olivier, Zeller contó con el apoyo de un experto narrador como Christopher Hampton para trasladar el relato al contexto cinematográfico. Heredera de este concepto teatral, la película convierte cuatro elementos-estancias arquitectónicas en los ejes sobre los que trabajar la memoria, su fragmentación y desvanecimiento.
Sin duda, la apuesta de Florian es atrevida y, al mismo tiempo, muy conectada con la realidad contemporánea. En una sociedad progresivamente más longeva, el tema del deterioro cognitivo es algo cada vez más habitual y, por tanto, también más habitual en la ficción. Es ahí donde se evidencia que los relatos son el terreno fértil donde volcamos nuestros anhelos y preocupaciones y sacamos jugosas reflexiones que nos hacen más sabios, justo, a través de la ficción.
De esta forma, el guion y la puesta en escena juegan con los límites difusos. Las caras y los muebles y objetos se tornan, para el protagonista, como un experiencia líquida aunque real. Mientras, el film sí apuesta con firmeza por una epistemología sólida: la fuerza de los lazos paterno-filiales, la mutación de roles para la que nos tenemos que preparar y la empatía necesaria y reclamada tanto dentro como fuera de la pantalla.
Para ello, El padre obliga, en su estructura nada rectilínea, a revisitar con el personaje de Anthony Hopkins, los espacios, los gestos y las frases, así como todos los elementos que van desgranando una experiencia tan aterradora. Hacer que la sintamos en nuestras carnes es un logro del conjunto dramático, en el que cabe destacar al citado Hopkins, rico en matices y capaz de virar de tono con verosimilitud en segundos, y a Olivia Colman, convertida en un alter ego de cualquiera de nosotros.
Firma: Lourdes Domingo
Un hombre de 80 años está empeñado en seguir viviendo solo. Por eso, rechaza todos y cada uno de los cuidadores que su hija Anne intenta contratar para que le ayuden en casa. Anne está desesperada porque ya no puede visitarle a diario y siente que la mente de su padre empieza a fallar.
