Sorkin escribe y dirige un nuevo relato sobre la norteamérica contemporánea. Netlix le ha producido un drama judicial que contiene gran parte del estilo de este cineasta, aunque algo atemperado para llegar a más espectadores.
Agosto de 1968, Chicago. La revolución cultural estaba en marcha. Y en Estados Unidos la sangría de la guerra de Vietnam empezaba a hacer mella en la sociedad. Por eso, la celebración de la Convención del Partido Demócrata se convirtió en la ocasión de hacer visible ese malestar, liderado por grupos diversos entre sí y con soluciones y sensibilidades también diferentes.
Con este contexto, Aaron Sorkin convierte su segunda película como director en una nueva apuesta por revisar la cronología reciente nortemaericana. En este caso, el epicentro es más político. Sin embargo, al poner el ojo en los colores de las posiciones complementarias y también encontradas y enconadas no deja de señalar cómo el liderazgo que imprimen las personas puede cambiar el rumbo de la historia.
Por un lado, este Sorkin –ya inmerso en el tejido Netflix como productora y distribuidora– sigue siendo Sorkin. Empieza el film con un conjunto de datos estadísticos (habitual en su estilo) en una secuencia, casi por episodios, sincopando con agilidad y eficacia la situación de partida: en ella, mezcla imágenes de archivo con la presentación de los personajes principales.
Por otro, el autor de una de las mejores series políticas (El ala oeste de la Casa Blanca) atempera un poco el ritmo y la complejidad de sus diálogos. El juicio de los 7 de Chicago es un relato popular, en el que Aaron Sorkin, como se ha dicho, quiere dibujar diversos tonos ideológicos. No obstante, esto desemboca casi siempre en instantáneas más simplificadas de lo que sería deseable. En su favor, también como le caracteriza, esto se produce para hacer brillar su habitual idealismo y esperanza en cuanto a las relaciones humanas.
En este mismo sentido, aunque busca el contraste ágil entre las declaraciones de los protagonistas en un montaje con flashbacks (y también algunas grabaciones reales de entonces), ni su retórica ni semántica son tan brillantes como las de La red social o Steve Jobs; a pesar de que logra meter al espectador en las motivaciones y conflictos sociales y legales del momento.
En definitiva, un largometraje judicial (perfecto para los amantes de este género) con el sabor de lo histórico (pero carente de algún matiz) y la sazón del toque Sorkin.
Firma: Lourdes Domingo
Los disturbios producidos por las protestas organizadas alrededor de la Convención Demócrata en el Chicago de 1968 desembocaron en un juicio. Primero ocho y luego siete personas acabaron en la tribuna con cargos de conspiración, entre otros.