La película cuenta con una premisa valiente que hibrida géneros y pretende cuestionar la moralidad actual francesa. A pesar de ello, su guion irracional y la ambigüedad latente conducen hacia un callejón sin salida.
Philippe Le Guay regresa con una propuesta cuando menos sencilla. El hombre del sótano es una película osada y arriesgada en su trama, en la que sigue a un matrimonio parisino con raíces judías que vende un sótano de su propiedad a un hombre que resulta ser negacionista del holocausto. De tal modo, nos introduce en un relato de diferencias ideológicas que sirve como paralelismo de los, todavía vigentes, prejuicios sociales y raciales que arraigan en nuestra sociedad.
Lo más destacable del realizador es su capacidad de hibridación de géneros, puesto que el largometraje navega entre el drama, el suspense e, incluso, existen indicios de comedia, a la vez que se envuelve en un trasfondo histórico. Asimismo, hay una buena puesta en escena, en especial gracias al uso del espacio y la fotografía en las secuencias del sótano. Sin embargo, el potencial de su premisa inicial se desdibuja en la segunda mitad, en parte, por unos acontecimientos que avanzan sin un rumbo claro y generan confusión.
El papel del señor Fonzic –interpretado magistralmente por François Cluzet, que aporta gran impasibilidad y pragmatismo– juega con la controversia y la polémica, escudándose en el derecho a la libertad de expresión. Su personaje se contrapone al de Simon Sandberg –encarnado por un vociferante Jéremie Renier– que va perdiendo su personalidad samaritana, así como la armonía y el control de su propia vida a medida que avanza el metraje. Ambos roles funcionan gracias a este juego de dominación y poder que hace dudar al espectador sobre los juicios morales imperantes en la sociedad, así como de las verdades generales y/o las versiones oficiales.
Aun así, todas las posibilidades de la película se desinflan en el momento en que el guion se enmaraña sobre sí mismo. La historia pierde fuelle y se torna una narración sin sentido, disparatada e inverosímil, cosa que resulta irónica ya que ese negacionismo en sí es igual de irracional. Además, llega a sugerir que desterrar ciertas “opiniones” –un hombre exiliado en un sótano, bajo el suelo, por sus ideas descabelladas– podría ser contraproducente porque solo hace que darles una mayor atención e importancia de la que merecen.
En conclusión, El hombre del sótano pretende profundizar sobre la vigencia en la actualidad del antisemitismo, la xenofobia y la tolerancia mediante la polarización de los ideales. No obstante, el film termina siendo poco sustancial y no conduce a ningún sitio claro.
Firma: Marta Vivas
Una pareja parisina de orígenes judíos decide vender un sótano insalubre en su edificio. Un hombre de apariencia normal y corriente, el señor Fonzic, lo compra. Todo parece normal hasta que se destapa que el hombre, en realidad, es un despechado y negacionista del holocausto nazi. Después de mudarse al sótano, la vida de la familia comenzará a tambalearse.