La adaptación cinematográfica de la famosa serie de animación infantil mantiene una acertada similitud con el modelo original, pero también son bastante acertadas las diferencias que dirigen el film hacia la aventura adolescente.
La tendencia a llenar las salas de cine adaptando series de la televisión es la causa de que se estrene ahora Dora y la ciudad perdida. Este personaje de animación lleva muchos años entreteniendo y educando a los más pequeños de la casa, aunque este film se ha propuesto llegar a un público más amplio.
En manos de James Bobin, director con una larga trayectoria en películas infantiles, esta adaptación de Dora exploradora se convierte en un entretenido producto, muy simple y muy visto, pero eficaz. Los primeros minutos se dedican, innecesariamente, a dejar claro que estamos ante el mismo personaje que en televisión, avasallando con recursos educativos que desconciertan al que no ha visto la serie y le predisponen a lo peor. Sin embargo, pasado ese primer asalto, el guion discurre por la senda de las aventuras de toda la vida, con agilidad y humor.
La historia se disfruta sin sobresaltos y los decorados, desprovistos de un gran despliegue de presupuesto, son suficientes como escenario de las andanzas de este grupo de adolescentes que se hacen querer, a pesar de recoger los tópicos habituales de la juventud hollywoodiense. No deja de ser simpático que la comparación entre un instituto estadounidense y la jungla salvaje en este caso sea literal.
Como era de esperar también, el relato es un vehículo para la transmisión de valores positivos. Dejando de lado los primeros minutos citados, esta carga educativa se hace de manera natural, al hilo de los acontecimientos y ocupando un lugar proporcionado dentro del conjunto de la narración. La amistad, la tolerancia con los distintos, el respeto y cariño hacia los padres, el valor del trabajo y del estudio, el afán de conocimiento y la admiración por el mundo que nos rodea, son algunas de las ideas que van saliendo, sin agobiar, mientras Dora y sus amigos sortean los peligros de la selva y de los malos que los persiguen.
Firma: Esther Rodríguez
Dora, sus padres y su mono Botas viven en la selva. Conoce perfectamente la jungla y todos sus animales y plantas pero, cuando llega a la adolescencia, sus padres la mandan con sus tíos a Estados Unidos para intentar que tenga una vida como la de los demás jóvenes.
Sin embargo, tendrá que volver a la selva para rescatar a sus padres de los malvados buscadores de una ciudad perdida repleta de oro.