Dios es mujer y se llama Petrunya

El estreno de Dios es mujer y se llama Petrunya en la selección oficial de la Berlinale causó polémica entre los críticos que atendían el festival. Mientras algunos acogieron la propuesta de Teona Strugar como aire fresco, un retrato entre irónico y documental de la sociedad patriarcal macedonia; otros denunciaron el film como un aburrimiento que, además, hace burla del feminismo de la protagonista.

El argumento es ya de por sí complicado de seguir: cada enero en un pequeño pueblo de Macedonia uno de los sacerdotes de mayor rango eclesiástico lanza una cruz al río para que un grupo de hombres se hagan con el preciado trofeo. Aquel que la consiga tendrá buena suerte en la vida y prosperidad. Sin embargo, por casualidad, Petrunya (Zorica Nusheva) acierta pasar por allí y se lanza al agua para cogerla. La mujer se niega a entregar la cruz ante la turba de hombres enfurecidos y se la lleva a casa. Previamente, habíamos conocido el complicado carácter de esta historiadora que vive con sus padres, pelea con su madre y no consigue trabajo.

Si has llegado a este párrafo de la crítica, te preguntarás lo mismo que yo: pero, entonces, ¿de qué va la película? Por momentos, uno piensa que es un documental sobre Macedonia, en otros momentos un testimonio del machismo de esa sociedad; aunque de repente, la tormentosa relación entre Petrunya y su madre se coloca en el centro del conflicto. Creo que le toca a cada uno decidir de qué trata esta producción.

En resumen, una trama para cinéfilos capaces de apreciar el valor de un testimonio de color local, una muestra del drama de las mujeres en sociedades patriarcales que mezclan paisajes bucólicos, música y costumbres religiosas a partes proporcionales.

Firma: Llorenç Ramis