Diecisiete

Daniel Sánchez Arévalo retorna a escribir y dirigir un largometraje, tras un largo lapso desde La gran familia española (2013).

En Diecisiete ha logrado su mejor drama y el mejor toque de comedia humana. Arropado por el colchón de Netflix, donde afirma haber encontrado financiación y libertad creativa, Sánchez Arévalo regala una historia sencilla en su puesta en escena y muy rica en su entraña argumental y antropológica.

No hay nada que quiera ser nuevo ni en los personajes ni en la elaboración de la trama. Y sin embargo, esta propuesta huele a nuevo mientras se despliega, porque el guion y un par de jóvenes (y más que solventes actores) consiguen que cada frase, emoción, situación e incluso rincón resulte fresco y se aleje del tópico.

El cineasta madrileño empuja cada escena, no solo con esta potente gasolina, sino también con su cámara, que elige bien cuándo colocarse en la nuca de su protagonista y cuándo afrontar las tomas de cara y aprovechar, sin convertir el postal, la maravilla geográfica cántabra.

Ese punto de nostalgia del mundo rural que se vacía, y que no constituye el eje del film, se contagia al asunto principal de Diecisiete: los vínculos que toda persona necesita para ser mínimamente feliz y que, a veces, parecen desaparecer.

En ese sentido, la película apunta a que, en medio de tormentas muy severas, gracias a esos lazos (por frágiles y problemáticos que sean) uno siempre puede ejercer su humanidad con nombre propio, con su carácter y modo de ser.

Firma: Lourdes Domingo