Detective Conan: la novia de Halloween

La novia de Halloween supone las Bodas de Plata del Detective Conan. Las aventuras de este personaje nacido de los pinceles del ilustrador japonés Gosho Aoyama en 1994, ha alcanzado ya más de cien volúmenes publicados y más de un millar de capítulos de la serie de televisión. Y ahora, en julio de 2022, llega su largometraje número 25.

¿Y qué aporta este nuevo film? Pues absolutamente nada… gracias a Dios. Me explico: el éxito de una franquicia se basa, precisamente, en mantener la coherencia entre fondo y forma que dio origen a la saga y que es lo buscado por los fans que demandan nuevas entregas.

Agilidad, colorido, artilugios, imágenes de un Japón a la vanguardia siempre del progreso urbano y tecnológico, un inacabable surtidor de malos de todo tipo y un protagonista, Conan, anclado permanentemente en una niñez a la que le condenó un veneno allá por el capítulo 1.

Como es habitual, toda la trama está pasada de revoluciones y cargada de un exceso de nombres de personajes nuevos u originarios y de topónimos desconocidos para el público occidental. Resulta simpático, además de encomiable, el esfuerzo de los guionistas por explicar a los nuevos espectadores quién es quién en esta veterana saga. Un esfuerzo vano por la velocidad con la que se dan las explicaciones, que, no obstante, como digo, se agradece.

Si la audiencia no se pone purista y asimila que está ante una aventura entretenida y desenfadada, sin estridencias y destinada a un público amplio (desde niños a adultos descomplicados) Detective Conan: la novia de Halloween se disfruta con la sensación de estar ante un relato con algo de inteligencia.

Por otro lado, a pesar de la confusión de la que ya hemos hablado y de que la intriga que relata no es novedosa y sí fácilmente olvidable, quedará (y no solo en el público infantil) un poso de elementos positivos como son la amistad, el trabajo en equipo, el respeto a los mayores y a los valores familiares y la perseverancia para alcanzar los compromisos adquiridos. Ahí es nada.

Firma: Esther Rodríguez