Cruella

Disney continúa demostrándonos que sigue sin ideas. Dedicada a rebuscar en el desván de su pasado para aprovechar algún vestigio de su antigua grandeza, ha encontrado en el baúl de las villanas a la más glamurosa de todas ellas.

Cruella Devil, la malvada de 101 dálmatas, de la que ya se hizo una versión no animada en 1996, ha sido la elegida para ser analizada desde su infancia y ofrecer un relato alternativo a la bondad tradicional de las princesas habituales de la casa.

Sin embargo, poco tiene que ver con la propuesta que Disney planteó con Maléfica ya que, en esta ocasión, la trama parece discurrir totalmente ajena al cuento original y, salvo por algunos detalles perdidos en el metraje, despliega un relato independiente y, por ello, irregularmente sorprendente.

Sorprende, por ejemplo, su excesiva y agotadora duración. Más de dos horas con poca acción, mucha autocomplacencia y un guion que avanza a golpe de música, de supuestas revelaciones más que previsibles y diálogos altaneros cuya redundancia recuerda a una montaña rusa.

Puede deberse a que la pareja de guionistas tenga poca experiencia (Dana Fox) o que la haya acumulado en series de televisión (Tony McNamara), por lo que el dominio de los tiempos se les haya ido de las manos. Parece un error de novato –incomprensible en las manos de un Craig Gillespie que había firmado la genial Yo, Tonya– colocar, cada pocos minutos, algunos momentos sublimes: enfrentamientos dialécticos entre Estella y la Baronesa, muestras de gran efectismo audiovisual de la creatividad de Cruella, distintas fracturas de la protagonista y sus compinches/hermanos, e incluso un par de pasajes idóneos para el The End que, lamentablemente, solo son un To be continued (la desaparición de Estella en la fuente después de la gala o el entierro bajo el árbol).

Esta falta de contención echa a perder todo lo bueno que tiene esta película. Es asombrosa la dirección artística, contando con el paso del tiempo y la variedad de escenarios. Acierta en acompañar los diseños con la música de la época y lógicamente explota, para bien, el look de videoclip ochentero a ritmo de Queen y compañía. Los trabajos de Jenny Beavan con el vestuario y de Nicolas Karakatsanis con la fotografía son espectaculares y dejarse fascinar por ellos ayuda a soportar la duración del film.

Capítulo aparte merece la actuación de los dos personajes principales. Emma Stone brilla por sí sola y carga sobre ella, para lo bueno y para lo malo, con todo el peso del guion. Supongo que ser una de las productoras ejecutivas ayuda a centrar toda la atención en una misma.

Emma Thompson no necesita cuota de producción. Su sola presencia es una lección de interpretación y, lamentablemente, poco más hace al ser una de las damnificadas por un guion tan descompensado. La Baronesa es todo el rato una caricatura y para ello no hacía falta que la Thomson se despeinase (eso nunca) ni un pelo.

En fin. Este último Disney para todos los públicos, aunque por el tema interesará más a los adultos, es una joya visual y una aburrida decepción en el relato.

Ah, por cierto, sale Pongo y la canción de Cruella Devil. En la escena poscréditos.

Firma: Esther Rodríguez