Un complejo y angustioso filme sobre los abusos sexuales y de poder en el entorno académico. Con un elenco soberbio y una correcta puesta en escena, Guadagnino firma una cinta verdaderamente incomoda.
Resulta complejo valorar Caza de brujas de manera tajante en términos de “buena” o “mala” película. La obra de Guadagnino —densa, simbólica y provocadora— funciona como una crítica encriptada a la cultura woke contemporánea, pero también como un análisis inquietante sobre los abusos de poder y las grietas éticas dentro de la élite académica. Todo esto ocurre, además, en el seno de una comunidad de filósofos y docentes de ética, donde la cultura de la cancelación multiplica la ironía y la incomodidad moral.
Guadagnino propone un cine que presenta una lectura más allá de lo evidente; lo que no se dice o lo que se manifiesta en clave política y filosófica es donde verdaderamente se halla la tensión. La película brilla precisamente por su capacidad de generar angustia, no tanto por lo explícito del tema —los abusos sexuales—, sino por el modo en que se construye una atmósfera asfixiante. La música cruda y disonante de cuerdas y percusión, las angulaciones de distintos planos –picados, contrapicados y cenitales–, los rostros crispados y los estallidos de ira o desesperación logran un malestar casi físico en el espectador.
En el plano técnico, todo roza la excelencia: la fotografía de tonos grises y azulados transmite una frialdad casi clínica, la dirección de arte acentúa la sensación de distancia moral y las interpretaciones sostienen la tensión con una precisión impecable. Julia Roberts firma, quizá, una de las interpretaciones más intensas y contenidas de su carrera. La actriz se despoja de su imagen clásica romántica para encarnar a una profesora de filosofía dividida moralmente. Por un lado, existe su lealtad hacia un amigo—soberbiamente interpretado por Andrew Garfield— acusado por Maggie (Ayo Edebiri), una de sus alumnas más cercanas; por otro lado, arrastra la culpa que siente por un pasado compartido y cuestionable. Su incongruencia entre principios morales y actos personales encarna el núcleo del filme.
Caza de brujas no busca agradar ni ofrecer respuestas, sino incomodar y obligar a pensar. Es cine que cuestiona la moral contemporánea desde el desconcierto y en su incómodo planteamiento reside tanto su poder como su riesgo. Sin embargo, el filme carece de un contrapeso de luz o esperanza. Esto refuerza su mirada descarnada sobre la condición humana, pero deja una mirada social donde el hombre es un lobo para el hombre y la redención se vuelve imposible, porque la pureza ética, sencillamente, no existe.
Firma: Rocío Montuenga
Alma Imhoff, profesora de ética en Yale, queda atrapada en un dilema demoledor cuando Maggie, su estudiante de doctorado y alumna más cercana, le pide ayuda frente a un caso de abusos sexuales. Cuando la denuncia recae sobre Hank, un amigo de Alma también experto en moral, la profesora comienza a verse amenazada por la revelación de un oscuro secreto del pasado que pondrá en jaque sus supuestas convicciones y su frágil vida personal.