Buenos vecinos

Si algo es indudable en cuanto a Buenos vecinos es que es una sorpresa. El problema es que no deja de serlo durante su hora y media de duración y la sensación final no es, en absoluto, satisfactoria.

Sorprende, el visionado de un film islandés, una procedencia que, por poco habitual, en nuestras latitudes puede resultar hasta exótica. Sorprende también la historia, pues va dando unos giros que primero interesan pero luego exasperan. Y sorprende, finalmente, la constatación de que su director y guionista, Hafsteinn Gunnar Sigurðsson, parece no haberse aclarado de qué nos quiere contar exactamente.

La mezcla de comedia negra con problemas graves además de cotidianos no llega a fundirse en ningún momento, por lo que el público no se aclara si se tiene que reír o tiene que ponerse a reflexionar sobre la existencia. El ritmo del relato es denso y su lentitud no ayuda a la reflexión, dado lo vacío de la propuesta, ni, por supuesto, a la comedia, que languidece de tedio y debe ser reactivada con la inclusión de escenas de sexo o arrebatos violentos.

Tampoco llegamos a conocer bien a los personajes, pues sus reacciones son habitualmente incoherentes. Esto podría facilitar el humor pero, aparte de no lograrlo mucho, se carga la otra parte dominante de la película, la posible inmersión en los dramas cotidianos.

Es probable que nos falten referencias para asimilar convenientemente los trabajos de nuestros vecinos de tan al norte, sin embargo, lo que es seguro es que este guion tan mediocre no va a facilitar este buen entendimiento.

Firma: Esther Rodríguez