Blue Moon hace honor a la figura de Larry Hart, su ascenso como artista y su fuerte decaída, en un título clásico, sofisticado y melancólico. Un reparto colosal y una dirección muy contenida hacen de Blue Moon una joya del séptimo arte.
Los compositores americanos Larry Hart y Richard Rodgers escribieron juntos durante un cuarto de siglo y juntos crearon joyas eternas como My Funny Valentine, The Lady is a Tramp y Blue Moon. Sin embargo, el primer espectáculo que Rodgers firmó con otro colaborador, Oscar Hammerstein (Oklahoma!), se convirtió en el mayor éxito que jamás había conocido. El problema —le diría Rodgers a Larry— no es que el talento hubiera desaparecido, sino que el problema su compañero mismo. Sumido en el alcohol y con una salud mental cada vez más frágil, Hart intentó así asumir el final de su gran era y el inicio de una caída inevitable.
En ese contexto, Blue Moon concentra toda la acción en el bar Sardi. Allí Larry Hart beberá copa tras copa, tratando de digerir el rechazo profesional, refugiándose en discursos idealistas cada vez más agotados, intentando convencerse de que aún es posible volver a escribir desde la magia y no desde la fría lógica del negocio. Pero el pasado no vuelve. Ya no hay lugar para las ensoñaciones. En ese estado de decadencia aparece una joven universitaria, casi una criatura angelical: rubia, esbelta, delicada, gran admiradora de Hart y Rodgers. Entre ambos surge una conexión íntima y una conversación que se alarga durante la noche. Ella le confía su mundo emocional y él busca en su dulzura un último refugio. No obstante, la joven marcará un límite claro: no puede ser ese amor idealizado que él imagina.
El filme deslumbra por su estética de los gloriosos años cuarenta estadounidenses: los musicales, los bares poblados por artistas, fotógrafos, periodistas y creativos, donde se celebraban los triunfos de los grandes compositores. Richard Linklater dirige con una elegancia sobria una película biográfica sostenida casi por completo en los diálogos. Hart habla con todos: con el camarero, con el pianista al que llama “Nudillos”, con E. B. White –un escritor que aparece a tomar algo–. El protagonista divaga, recita versos, improvisa letras, revive en voz alta su pasado de gloria mientras se hunde lentamente en la decepción. En este sentido, Blue Moon es una auténtica genialidad artística. La ambientación del bar, las piezas suaves de piano, el glamour de la época, las luces, el humo y el whisky construyen un espacio casi hipnótico. Entre todo ese esplendor, contrasta la figura de un hombre derrotado que lucha contra el alcohol y contra sí mismo, mientras se encuentra sumido en una decadencia monumental tras haber alcanzado la cima.
Brilla de forma extraordinaria la interpretación de Ethan Hawke, que desprende un carisma profundamente realista. Sus monólogos largos, cansinos, a veces desesperados, delatan tanto la fragilidad de su mente como su necesidad constante de ser escuchado: el compositor habla para no desaparecer. Frente a él, el ángel de Margaret Qualley aporta el contrapunto perfecto: cálida, tierna, juvenil… es la inocencia que Larry necesita, aunque no pueda retenerla.
Hay varios guiños al gran clásico Casablanca. Aunque las historias son distintas, comparten ese halo romántico y crepuscular: “Este será el comienzo de una gran amistad”, le dice el camarero a Larry cuando regresa al bar. Y al final, el eco del legendario “Tócala otra vez, Sam” se transforma en un “Nudillos, toca algo para mí”. Entonces suena “Blue Moon”. Un cierre entrañable, cargado de melancolía, que provoca sonrisas íntimas entre los amantes del cine.
Firma: Rocío Montuenga
En la noche del 31 de marzo de 1934, el letrista de musicales y obras de teatro Lorenz Hart debe enfrentarse a su fracaso en el bar Sardi’s, mientras su histórico compañero creativo Richard Rodgers, con quien colaboró durante un cuarto de siglo, celebra el estreno triunfal de su nuevo musical, “¡Oklahoma!”. Durante esas largas horas, Hart se enfrenta a un público y a unos creativos que ya no reconocen su talento, al tiempo que persigue un amor tan ideal como imposible.