Aita Mari

Subimos a bordo del Aita Mari, antes apodado Stella Maris, un atunero que observa, denuncia y rescata. Su antiguo propietario, José Mª Zubia, dedicaba su vida a socorrer las embarcaciones que naufragaban en costas vascas. Después de más de cien años, y tras una gran reparación, el barco vuelve a cobrar vida.

A nivel técnico, no destaca audiovisualmente, pero sí mantiene un ritmo constante con unas imágenes que muestran la crudeza de los acontecimientos. En todo momento, la importancia recae en la narración que transmite ese mensaje de lucha, superación y solidaridad, similar al relato que nos da Marcel Barrena en Mediterráneo.

En el film, asistimos al largo trayecto de la embarcación mientras azota un temporal que empeora la situación. De principio a fin, muestra cómo llegan a sacar un bote con más personas de las que pueden acoger y cómo, tras varios obstáculos, logran desembarcar en Sicilia.

Además, continuamente, vemos a una tripulación muy dedicada a su labor y a sacar el proyecto adelante. Ellos consideran que no son ni héroes ni superhombres, sino gente que ayuda, no a migrantes ni a refugiados, sino a seres humanos en peligro.

Aita Mari abre los ojos y pone la piel de gallina al espectador que descubre todo tipo de condiciones infrahumanas bajo las que han vivido en sus países los rescatados. Además, el largometraje es capaz de generar rechazo hacia unos gobiernos que lo único que hacen es ofrecer un mensaje de cara al público, que poco tiene que ver con la realidad.

Con aproximadamente 400 personas auxiliadas, el Aita Mari sigue navegando en 2021 en este largo y duro viaje. Para reflexionar, el director decía las siguientes palabras: “las muertes en el mar ya son casi como los accidentes de tráfico, nos quieren acostumbrar a que lo que sucede en el océano es inevitable, cuando no es verdad.”

Firma: Sandra Torró