La ópera prima de Charlotte Wells es un relato íntimo y sincero en el que el público se sumerge entre los dos protagonistas. Sin embargo, no acaba de ser redondo debido a alguna trampa artificial.
Después de varios años trabajando en producción audiovisual y escribir y dirigir tres cortos, la británica Charlotte Wells se ha lanzado a realizar su primer largometraje.
A pesar de terminar los créditos con el consabido recordatorio de que “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”, es casi imposible no reconocer en Aftersun un relato, íntimo y personal, de autobiográfica nostalgia. Nada que objetar, ya que gran parte de lo positivo del film es la sincera y fresca inmersión del espectador entre los dos personajes protagonistas, algo muy difícil de conseguir si no parte de algún lugar, por recóndito que sea, del corazón del realizador.
Sophie está a punto de cumplir treinta años, tiene como pareja a otra mujer y, por lo que se intuye, hay un bebé en la casa. Mediante recurrentes imágenes que evocan el aturdidor ambiente de una discoteca, con su música tumbativa y los fogonazos arrítmicos, Sophie recibe, a su vez, los recuerdos de los días que pasó en Turquía de vacaciones con su padre. Esos retazos de memoria se nos muestran a través de imágenes vívidas, de encuadres imperfectos, como retales que, juntándolos con orden, forman un interesante y cálido collage.
El caos voluntario del montaje y una planificación nunca centrada subrayan la emotividad de unos recuerdos que salen a borbotones de Sophie y anuncia una prometedora carrera para Wells.
La apuesta visual es arriesgada pero fascinante y la propuesta de contenido, tan personal, podría haber provocado que la audiencia se quede fuera. Sin embargo, Wells, y en especial la pareja protagonista, sacan adelante el proyecto sin poder ocultar las trampas de la cineasta.
Porque Wells cuenta y transmite cosas distintas: recuerdos felices que, sin embargo, se rememoran con un dolor más cerca de la amargura que de la nostalgia. No hay correlación de ese sentimiento con la información que nos ofrece al público. La personalidad de Calum, su padre, es simpática y optimista, pero para dejarnos claro que vivía en lo más hondo un profundo drama, inserta escenas de dicho sufrimiento, cambiando el punto de vista y al recurrir al narrador omnisciente abandona lo más genuino y atrayente de su cinta. Esta pirueta artificial impide que Aftersun sea una película redonda, aunque sirva, y mucho, de ejercicio audiovisual y como generadora de un espacio en el que el propio espectador confronte sus propios recuerdos.
Firma: Esther Rodríguez
Sophie recuerda las vacaciones que pasó con su padre en Turquía hace veinte años, cuando ella tenía 11 y vivía con su madre en Escocia.
