A la deriva

Baltasar Kormákur pasa de los riesgos del Everest a los del océano en esta película, en la que mantiene el interés por lanzar al espectador a una maratón de adrenalina, aquí atenuada y dulcificada por la intriga romántica.

A partir de la historia de Tami Oldham, los guionistas sirven un libreto para que el director islandés abunde en un esforzado trabajo de rodaje en medio del mar, mientras se intenta hacer verosímil la lucha por la supervivencia.

Para animar un poco la trama (de la que ya se conoce el final si uno bucea en las entrevistas a la intrépida protagonista que vivió todo esto en 1983) se estructura en desorden cronológico: arrancamos con un punto media res, para ir yendo al pasado y al futuro a partes iguales.

En este sentido, el grueso dinámico está en la recreación de los 41 días que pasó Oldham en el velero batallando por su vida. El resto, lo previo al viaje final, se dedica simplemente a recrear una historia de amor en la que no hay mucho movimiento dramático. Esto hace que el guión se regodee, casi al modo nicholas sparks, en el feliz encuentro de los personajes en esos parajes naturales con varias conversaciones sobre sus traumas o dramas de infancia.

Y, en consecuencia, además del impacto humano que regala todo relato inspirado en hechos reales marcados por el espíritu de superación, A la deriva ofrece un atractivo ejercicio de dirección y montaje. Ambos elementos arrastran al público a las olas y lo sumergen en los vaivenes de las tormentas. Esto permite varios momentos de verdad que, por el contrario, están ausentes en el resto del guión.

Firma: Lourdes Domingo