1917

Una vez más, se estrena un largometraje en la gran pantalla que gira en torno a la Primera Guerra Mundial, aunque esta vez con una trama atípica que consiste, sencillamente, en el recorrido de dos soldados para entregar un mensaje que evitará un ataque enemigo.

Sam Mendes abandona al agente 007, cuyas dos últimas producciones ha dirigido, y retorna al terreno militar que pisó con irregular tino en Jarhead. En su visualización de la Gran Guerra, Mendes emplea abundantes planos secuencia –tomas muy largas y cámaras que persiguen a los actores– que contribuyen al realismo y dinamismo e introduce al espectador de pleno en el espacio fílmico. Esto se hace especialmente patente en los fragmentos en las trincheras, donde se llega a sentir el agobio de moverse entre soldados amontonados.

A pesar de que 1917 se desarrolla por entero en el frente, no se escenifican demasiados pasajes bélicos. A lo largo de todo el metraje se mantiene la tensión, a excepción de unos pocos momentos de calma que muestran que, pese la crueldad de la guerra, los soldados siguen siendo humanos.

Además de una amistad sencilla y fortalecida por las dificultades, los escasos diálogos evidencian también distintas visiones de la guerra, poniendo de manifiesto el sinsentido de esta y las decisiones cambiantes de quienes están al mando.

Todo esto queda reforzado por una banda sonora espectacular y sobrecogedora, que se amolda perfectamente a la intensidad de las escenas y envuelve al espectador. Es impresionante cómo, pese al poco color en la pantalla, la brevedad de los diálogos y la ausencia de historias paralelas, 1917 consigue ser una película poderosa y emocionante.

Firma: Júlia Nafría