Sentarse en una sala a ver esta película es verse inmerso, de repente, en medio de la vida cotidiana de un grupo de personas que nos resultan lejanas y cercanas al mismo tiempo. El mundo de Rasa, su familia y amigos, es una amalgama de tradiciones, edades y creencias distintas, con muy baja formación intelectual, modales primarios y entretenimientos básicos. Pudiera ser esto, tanto como su situación de inmigrantes en un país tan frío y lejano y su precariedad laboral, lo que diese unidad al grupo. Pero lo que en realidad les une y les hace conectar con el espectador es su impresionante calidad humana.
El personaje de Rasa es el alma de su pequeña comunidad y de toda la película. Su personalidad fuerte, optimista, simpática, luchadora, tranquila, inasequible al desaliento, paciente y respetuosa con los defectos de los demás consigue ganarse al público al igual que se hace querida en su variopinto entorno. Es fácil darse cuenta de que esta producción no es una denuncia más de la crisis económica o de la situación de los más desfavorecidos, sino una historia profundamente humana sobre personas que luchan por vivir sin sobresaltos y dan lo que sea por ayudarse en los peores momentos.
La temática no es nueva. Desde que el Neorrealismo se hizo un hueco en la Historia del Cine tras la Segunda Guerra Mundial hasta las últimas décadas de cine social liderado por Ken Loach, reflejar el paro, la marginalidad o la vida cotidiana de las clases sociales bajas, es un tema habitual del cine. La novedad de esta realizadora sueca es contarnos estos lugares comunes sin acritud ni resentimiento, sin apostar por la amargura que muchas veces impregna este género cinematográfico. El hecho de centrarse en la vida de las personas más que en su situación laboral hace más cercana la temática de la película; se empatiza más con los protagonistas y, a la vez, el no utilizar eufemismos en la descripción de ambientes y problemáticas hace que el mensaje social cale con más eficacia que otras producciones con un planteamiento más agresivo.
Come, duerme, muere es el primer largometraje de Gabriela Pichler como guionista y directora. Su inexperiencia provoca que el film resulte demasiado largo y a ratos se haga algo reiterativo y confuso y, llegado un punto, avance con dificultad. La utilización de actores no profesionales, igual que da realismo, resta frescura en algunas escenas donde se requiere acentuar lo dramático. En este sentido, es fácil la comparación con La plaga, una reciente producción española con la que esta sueca comparte temática, planteamiento, actores noveles, etc… y en la que el tiempo y las pretensiones están más adecuadas a los medios que se disponen.
De todos modos, en ambas, la fuerza de los personajes que interpretan y nuestra inmersión entre ellos supera las deficiencias de producción y las convierten en películas minoritarias pero emocionantes.
Firma: Esther Rodríguez
Rasa y su padre son inmigrantes musulmanes en Suecia. Ella trabaja como empaquetadora en una fábrica conservera y mantiene a su padre, que no puede trabajar por una lesión de espalda. Rasa es eficaz en su trabajo, llena de buen humor a todos sus compañeros, de distintas edades, nacionalidades y credos, y pasa el tiempo libre tranquilamente paseando por las afueras de la ciudad o tomando cerveza con cualquiera de sus conocidos.
Su vida comenzará a tambalearse cuando su padre se vaya a Noruega a intentar trabajar y un recorte de personal de su fábrica lleve a Rasa y a sus amigos al paro.
