Chaplin

Basado en el propio libro de Chaplin “My Autobiography”, y en la obra de David Robinson “Chaplin – His Life and Art”, el también Sir británico Richard Attenborough (Gandhi, Grita libertad) ha vuelto a sorprender con otra ambiciosa superproducción: un entrañable homenaje al inolvidable genio de la pantalla silente. De ahí que su cuidada puesta en imágenes -con fotografía del bergmaniano Sven Nykvist y música de John Barry- evoque apasionadamente la época de oro del cine mudo, con secuencias tan conseguidas como el primer contacto de Charlie Chaplin con el naciente Cinematógrafo, pasando por su trabajo con Mack Sennett y Douglas Fairbanks (es espléndida la encarnación que hacen Dan Aykroyd y Kenin Kline, respectivamente), así como su creación del personaje de Charlot.

Al mismo tiempo, sobresale la gestación de algunos films magistrales de Chaplin -que se combinan con imágenes de las mismas películas- y la sesión de entrega de los Oscars de la Academia, ya con Chaplin en silla de ruedas. No obstante, es obvio que el relato se apoya en la extraordinaria interpretación que hace del gran Charlot el actor Robert Downey, Jr., quien pasará a la Historia del Cine por este personaje. Asimismo, la estética empleada por Attenboroug recuerda mucho a la del cine mudo, evocado con brillantez ambiental, cierta nostalgia y emoción por este realizador. Es conocido que, a nivel personal, la vida de Charlie Chaplin no fue demasiado ejemplar. Si está considerado como un autor completo -productor, director, guionista, músico e intérprete de sus propias películas-, su figura fue bastante controvertida a nivel sentimental.

Por eso la obra de Richard Attenborough -que plasma las injusticias que sufrió por ser un humanista “comprometido”, tachado de comunista en USA- hace hincapié en las aventuras amatorias de Chaplin, sin escatimar tampoco escenas erótico-exhibicionistas que ensucian un tanto su homenaje. Estoy de acuerdo que no se podía soslayar este tema -que también sale en sus citados textos-, pero la memoria y su figura quedan algo ensombrecidas por tal explicitud; hubiera sido más elegante hacer uso de oportunas elipsis. En cambio, sí es evidente su amor al cine, a la familia, especialmente a su madre (es notable la interpretación de su hija Geraldine) y a la última mujer, Oona O´Neil, también casi una niña cuando la hizo su esposa. Un epílogo, a modo de títulos de créditos con los intérpretes -como en los años del film mudo-, explica quién es quién y el final de cada uno de los personajes. Falta, con todo, cierta hondura intelectual y profundidad, así como más sentido del humor; esa comicidad crítica que presidió la notable obra artística de Charles Chaplin, la cual quedará más inmortalizada por sus propias películas -que hoy también se pueden visionar en vídeo- que con esta larga y nostálgica realización.

Firma: Redacción