Cenicienta

Esta nueva adaptación del clásico cuento heredado, sobre todo, de Charles Perrault (aunque los hermanos Grimm ofrecieron su versión) se mantiene en las coordenadas de la tradición. Sin grandes novedades que justifiquen su existencia, a excepción de un espléndido y fastuoso trabajo de vestuario, Cenicienta revisita los lugares conocidos para confirmarnos en la estructura argumental de la fábula.

Kenneth Branagh se esfuerza tanto en imprimir color y enfatizar el trabajo de sus actores que, por momentos y por la estética, se asoma un olor a Tim Burton que, eso sí, se desvanece al oír la siguiente frase del guión. En este sentido, Chris Weitz (About a boy, La brújula dorada) se hace con todas las sentencias tópicas, aquellas que en el siglo XX todavía aplaudíamos y que ahora Disney Channel y otras sagas psicoplanas se han encargado de vaciar de sentido.

Lo cierto es que este envoltorio fastuoso funciona como relato para los pequeños espectadores, que encontrarán muchas analogías visuales y sonoras con la película animada de Disney. Sin embargo, vendida como un título para todos los públicos, Cenicienta peca de una simplicidad que sacará fuera a los amantes de argumentos universales actualizados con valor añadido. Cuando la madrastra confiesa su luctuoso pasado, el guión parece que empieza a ofrecer algo más complejo. No obstante, ese deseo se esfuma y se empieza, incluso, a sentir lástima por Cate Blanchett, que aguanta el tipo y domina las escenas a pesar de su esquemático rol.

Color saturado, música afectada y un trabajo minucioso y explícito, hasta el detalle, de los momentos más mágicos de la historia (en los que la película destaca por encima de otras producciones del estilo) constituyen los trazos más característicos junto a una trama que, por no querer dar un movimiento en falso, deja poca vibración a su paso.

Firma: Lourdes Domingo