“De la mente torcida de Barajas Llorent”. Éste es el primer cartel que aparece en los créditos de la película presentando a su director. Este dato no presagiaba nada bueno ni resultaba muy alentador. Pero paradójicamente, de la “torcida” cabeza de Llorent, en su ópera prima, sale una de las películas más realistas y cercanas que se han realizado últimamente.
Con el telón de fondo de la emigración a Estados Unidos, con el drama del paro y el desgarro familiar que conlleva, Cartas a Elena es una historia sencilla, de gente sencilla que lucha cada día por superar la soledad y la pobreza y que vive esperando la confirmación de que la separación de sus hijos haya sido para bien. Homenaje especial a las mujeres, madres y esposas, que llevan sobre sus espaldas el peso del hogar y cargan además con el dolor de la ausencia de sus hijos y de la preocupación por ellos.
La película es como la vida, a ratos cruda, a ratos divertida. Adolece de cierto infantilismo que puede rayar la ñoñería, pero lo dramático de la propia historia evita una excesiva sensiblería. Todo conduce a no perder la esperanza y a ello contribuye el humor que salpica la película y la ternura que inspiran los personajes (el cura que consuela y llora a la vez mientras confiesa a Emilio, el enérgico jefe de correos, el dueño del bar disfrazado de sheriff y por supuesto todas las madres).
Las interpretaciones son algo torpes en cuanto a gestos y entonación, pero son de una sinceridad tal que acaban conquistando al espectador. La fotografía y la música están muy cuidadas y contribuyen con eficacia a transmitir los sentimientos y emociones de los protagonistas.
Como dato anecdótico, el detalle simpático, aunque quizá no muy ejemplar, de añadir faltas de ortografía a los créditos iniciales para anunciar el tema de las dificultades para leer y escribir que tienen los personajes.
El final se acelera en exceso mezclando, como en un puzzle confuso, escenas del pasado y del futuro y frases supuestamente lapidarias. Parece querer dar mayor intensidad a las emociones de cara al final de la película, pero resulta bastante inteligible y además innecesario. A todos nos ha quedado muy claro, como dice Teo, “qué mala es la distancia para los que se quieren cerca”.
Firma: Esther Rodríguez
En una remota zona rural de México, casi todos sus habitantes son matrimonios mayores que viven esperando las noticias de sus hijos que emigraron a Estados Unidos. Teo, otro anciano, es el cartero que les lleva las misivas y se las lee ya que todos son analfabetos. Tiene una relación amable y amistosa con todos ellos, aunque sufre por no poder darles habitualmente buenas noticias.
Teo acoge a Emilio, un niño que se ha quedado solo y le enseñará a leer y a escribir y así le ayudará en el reparto cuando Teo enferme. Pero Emilio no se resigna a dar siempre malas noticias y comienza a modificar el texto de las cartas para intentar llevar a esas gentes un poco de alegría y esperanza.