Carácter

Extraordinaria obra artística, que batió en el Oscar de Hollywood a la Mejor película extranjera 1997 a la española Secretos del corazón. Por tanto, se trata de una pieza magistral, que demuestra la distancia entre el cine de un autor –no decimos de un país– y de otro, así como la distinta inversión económica. El debutante Mike van Diem nos ha dado, pues, una gran lección cinematográfica y realizado uno de los filmes más importantes –junto a La mirada de Ulises (Theo Angelopoulos, 1996)– de estas últimas décadas. Rodado en escenarios naturales de Holanda, Polonia y Checoslovaquia, ha evocado el Rotterdam de los años 20 con precisión de miniaturista.

El ambiente callejero y el mundo obrero, así como la creación de tipos y atmósferas, están francamente logrados. La voz en off, que podría haber resultado retórica o literaria en otro cineasta, le da un tono casi coral, que introduce al espectador en la trama. Los intérpretes resultan soberbios; con la expresividad de sus miradas lo dicen todo. Por otra parte, Carácter –basado en la novela homónima de F. Bordewijk– posee una cuidada banda sonora y un montaje intelectual discontinuo, más analítico y sintético, que atrapan al público cultivado a lo largo del relato. Un público, asimismo intelectual, que contemplará esta singular obra con enorme placer estético.

Sin embargo, la forma fílmica no es sólo lo esencial de esta película; sino su contenido filosófico y humano. A poco que reflexionemos en la tragedia que cuenta –aparentemente desgarrada–, veremos que estamos ante un profundo estudio de mentalidades, que se describen a través de los diversos personajes –desde la silenciosa madre hasta el obrero comunista, pasando por la frustrada novia del protagonista o por el abogado-mentor de éste– que tienen su culminación en el joven Katadreuffe y en su desdichado, solitario y tiránico padre, Dreverhaven. De ahí que el odio que se deja traslucir en la narración, no sea tal sino amor oculto.

Será en la catarsis de esta dura historia, donde el espectador comprenderá el por qué de la actitud de los enfrentados protagonistas, cuyo carácter –así se titula el filme y la novela en que está basado– queda endurecido a propósito de uno y otro, para superar los avatares cotidianos y la lucha por la vida. Sólo, al final, Katadreuffe comprenderá la postura del padre cuando éste ya se haya suicidado; y el mismo joven comprenderá a la chica que perdió por su carácter posesivo y extremada ambición humana. La herencia y la firma de su reconocido padre será la última lección de una filosofía de la vida –la del liberalismo económico, precisamente en Holanda–, que llegará cuando las cosas hayan concluido fatalmente. Pero no seguiré más; hay que deleitarse con este gran filme de reconstrucción histórica, que sin duda pasará a los anales del cine europeo contemporáneo.