Esta adaptación literaria resulta una remorosa película, embelesada en su preciosismo formal. El guión se centra en una única trama gay de despertar sexual, con desigualdad de edad de por medio y muy incompleta narrativamente.
Luca Gudagnino (Cegados por el sol y Melissa P.) no abandona la mezcla de sensualidad latente y sexualidad desatada en un entorno de pasiones asfixiantes. A partir de la novela homónima de André Aciman, es James Ivory quien sirve la adaptación en el plato de la gran pantalla.
Ivory (Lo que queda del día, La copa dorada, La condesa rusa…) es un experto en dar cuerpo fílmico a relatos con toques de decadencia europea y oxidación moral, en un tono que sabe cambiar de lo glacial a lo abrasador. En la actual propuesta, que se vende como un despertar al amor y la joie de vivre en el campo, en realidad uno se encuentra con un film enamorado de sí mismo: de su luz, de sus sonidos, de las formas y colores de los muebles, de los frutos, del agua e incluso de las antigüedades que supuestamente se estudian y que se quedan en meros y ridículos adornos.
De hecho, en la película, a parte de la trama que reivindica la experiencia por la experiencia y el placer por el placer, no hay nada más que la citada complacencia formal de Gudagnino y Ivory. Respecto a lo primero, uno se topa con la cuestionable situación de desigualdad entre Oliver y Elio. El guión no hace más que una tibia pregunta sobre la incorrección y ni media sobre lo incompleto de una relación donde lo físico devora narrativamente la exploración de más lazos que el de admirar y ser admirador o dominar y ser dominado. Incluso queda coja y pobre la incoada descripción del ansia febril de un adolescente por encontrar su lugar afectivo en esa etapa de cambio. Por no hablar del papel reductivo que se le otorga a la mujer que resulta, en el universo de Call me by your name, un mero premio de consolación sexual con el que el hombre insatisfecho debe cargar el resto de lo que será su insulsa vida.
De nuevo, ni Gudagnino ni Ivory saben dar más pasos que dibujen un panorama más íntegro y vinculado con la plenitud del ser humano. Satisfechos de sí mismos, como los intelectuales, ricos y pagados de sí mismos padres de Elio, dejan que su criatura fílmica aburra con la rémora que entorpece sus planos y el vacío que se enardece en el paso de cada secuencia.
Firma: Lourdes Domingo
Durante el verano de 1983, en una villa del norte de Italia un joven investigador norteamericano llega a la casa de los Perlman para ayudar en los trabajos de arte y arqueología. La personalidad de Oliver y su sensualidad marcarán el despertar sexual del hijo adolescente de la familia, Elio.