Brooklyn

Tras la II Guerra Mundial, Estados Unidos recibió una ola de inmigrantes llegados de todas partes, en busca de una vida mejor. Colm Tóibín lo describe en la novela que da nombre a la película. “Ésta es la desconocida historia de dos países; de mi país, Irlanda (…). Pero también es la historia oculta de Estados Unidos. Estas personas son los abuelos y bisabuelos de los americanos actuales”. Y así el autor cuenta cómo llegaron a América, un hecho poco explorado.

Parece que, muy fiel a la novela en su argumento y con una espectacular ambientación, Brooklyn se levanta como un film con elevadas expectativas ante la nominación que ha recibido al Oscar a mejor película, a parte de la merecida de Saoirse Ronan –candidata a numerosos premios a sus 21 años– a mejor actriz y la de mejor guión adaptado. La primera quizá sea un poco exagerada, comparado con las otras aspirantes. O quizá sea una distinción a las historias sencillas, bellas y emotivas como ésta, que transmite con nostalgia la realidad de la época y confronta a su genuina y agradable (ante cualquier circunstancia o persona) protagonista con su libertad.

La estética, la fotografía de Yves Bélanger y la puesta en escena impecables, así como el vestuario de Odile Dicks-Mireaux, recuerdan a los melodramas de Douglas Sirk y desprenden un cierto tinte fordiano (cineasta de profundas raíces irlandesas), como la escena en el cementerio de Eilis con el resplandeciente vestido amarillo o la de la salida de la iglesia.

Aunque tras una certera primera parte, en la que Eilis va recorriendo el camino a la madurez, la segunda parte sea menos eficaz y esté poco justificada, nos quedamos con el valor del hogar, del compromiso con las propias decisiones y la recreación del hermoso universo del personaje que tiene la fuerza de la historia que cuenta.

Firma: Begoña Arribas